31.7.15

Albiol, un facha a medida

El PP está fatal. Después de su último despliegue para cambiar de imagen y hacerla más juvenil y sofis, con esos Casado, Maroto y Levy, que les ponías un abanico y eran Locomía, se sacan ahora a Xavier García Albiol, que es como sacar a Bertín Osborne para compensar en testosterona. En las fotos con Mariano Rajoy en su presentación como candidato a la Generalitat, a Albiol –dos metros, camisa y pantalón vaquero– solo le faltó el sombrero y ponerse a cantar rancheras; tampoco hubiese desentonado que se llevara la mano al paquete. El que Andrea Levy, la chica del intento cosmético, sea su número dos no hace sino subrayar la esquizofrenia del partido.

La extrema derecha en Cataluña, naturalmente, es la nacionalista, con su apelación a instancias turbias a las que "no pararán tribunales ni constituciones" (democráticos y democráticas), como proclamó Artur Mas. Su coartada para que el ultraderechismo le saliera gratis ha sido presentarse como antifranquista (con lo franquista que es, banderas aparte) y, sobre todo, acusar de franquistas, de fachas, a sus críticos, sin discriminación. Muchos se han acobardado ante esta estrategia pasivo-agresiva de ir de víctimas cuando en realidad eran verdugos, y han llegado hasta casi la desaparición con tal de no ser acusados de "fachas". Así el PSC y el propio PP de Cataluña, ante cuyo acobardamiento tuvo que surgir Ciudadanos.

El gran mérito de Albert Rivera ha sido mantener un discurso ilustrado, con una defensa de la unidad de España y de la Constitución de 1978 fundada en el concepto racional de ciudadanía. Por supuesto, ha sido bombardeado con el calificativo de facha; sin que, por fortuna, variara su conducta ni su discurso (hubo una excepción pasajera: sus alianzas en las elecciones europeas de 2009, justamente criticadas; pero se corrigió a tiempo). Y ahora el PP, que ha sido incapaz de mantener una postura firme a la vez que sensata en Cataluña, va y reacciona –asustado por las encuestas– poniendo a un candidato que parece diseñado por sus enemigos.

Albiol es un facha a la medida del nacionalismo. Y es probablemente lo que votarían los votantes del nacionalismo si no hubiera nacionalismo. No deja de ser sintomático que lo más parecido a Le Pen que ha tenido éxito electoral en España (me refiero al éxito de Albiol en Badalona) lo haya hecho en Cataluña, donde campa la vileza de sus élites políticas, periodísticas y mediáticas y se ha extendido el desprecio por la Constitución.

[Publicado en Zoom News (Montanoscopia)]

28.7.15

El Tour es el Tour

Ahora es cuando empieza la parte cruda del verano: el verano post-Tour, el verano sin nada. El verano para descansar, qué remedio. El verano para crisparse en el descanso. Aunque algunos nos quedamos trabajando, crispados también. Y afilando los cuchillos (y afianzando los escudos) para el otoño que se avecina.

Pero antes de que nos aplaste agosto, queremos sentir todavía el latigazo del Alpe d'Huez, aún casi físicamente. Qué hora intensa la del sábado. Hacía años que no se vivía una emoción así, de las que nos recuerdan por qué nos apasiona el ciclismo. O el Tour específicamente: por qué nos apasiona el Tour. Si Nairo Quintana llega a conquistar el maillot amarillo, habría sido una etapa histórica de verdad. Pero sirvió para darle quilates al de Chris Froome, que resistió con mérito. En la meta se había acabado todo y permanecía, permanece, el eco de la tensión: el último calambre de julio.

Sí, es el Tour, más que el ciclismo. El Tour que configura tres semanas y dos días, que giran en torno a él como la rueda de Duchamp. El Giro y la Vuelta están bien, pero carecen de esa capacidad de ser el centro mientras duran. No todos los días son intensos; de hecho, la intensidad escasea: pero todos los días son de Tour. Se establece esa rutina de la siesta con el sol a plomo en la calle y los ciclistas en la pantalla; o, si uno está fuera, la de la búsqueda de un televisor. Paisajes franceses, civilizados, y ariscos puertos. Los campos, los embalses, los ríos, las costas, las laderas, los castillos, las casas y el público.

Este año había pocas banderas proetarras, pero a cambio han proliferado otros espectadores patanes que escupían, arrojaban orina o encendían bengalas. Como si la cuota de necios hubiese que mantenerla de un modo u otro. Y los ciclistas, por en medio, en lo suyo: la carretera, la carrera. Centrados, pese a las molestias, en la abstracción de su sentido: esa simplificación que los hace seres alegóricos.

En la cima del Alpe d'Huez, Alejandro Valverde se echó a llorar. Había alcanzado al fin, a sus treinta y cinco años, un sitio en el pódium del Tour. Pero no lloraba por eso: lloraba porque se había entregado a su compañero Quintana, sin mezquindad, y aun así iba a conservar su tercera posición. Había estado dispuesto a entregarla, y la había mantenido. Hubo risitas entre los locutores, porque fue un llanto un poco ridículo. Pero yo me acordaba de estos versos de Pessoa sobre las hazañas (y los naufragios) de los marinos portugueses: "Valeu a pena? Tudo vale a pena / se a alma não é pequena".

[Publicado en Zoom News]

24.7.15

Caetano ascendente

Unos años antes de que se publicase el libro Verdad tropical en España, me trajeron de Brasil el original de Caetano Veloso, Verdade tropical, que leí con entusiasmo y fui prestando a mis amigos brasileñistas. Uno me dijo: "Qué cosa más extraña, es una autobiografía ascendente". Es cierto. Al contrario de lo que suele pasar, no se sume en melancolías ni autocomplacencias, ni se enreda en agravios, ni desemboca en un colchón: se mantiene vibrante, evolucionando con elegancia, refinándose y abriéndose; al final hay más vitalidad aún que al principio. Caetano la escribió cuando tenía cincuenta y cinco años. Ahora, con setenta y tres, ha actuado en Madrid junto a su amigo Gilberto Gil, de su edad. Celebran que hace cincuenta años que se dedican a la música: un siglo entre los dos, como han titulado la gira.

Yo ya los había visto juntos en el carnaval de Bahía, en febrero de 2001, pero el martes por la noche, en el Teatro Real, me acordaba sobre todo de los otros conciertos de Caetano Veloso en Madrid en los que estuve: los de 2000, 2002 (sobre todo los de 2002) y 2003, en el ambiente más veraniego del Conde-Duque. El aire de aquellas otras noches de julio entró también en el teatro, por mi cabeza, y la música sonaba en una suerte de estéreo temporal. Las entradas eran muy caras. Al final fui porque una amiga me semi-invitó. Aun así, pagué mucho. Pero en un momento me dije: ¿cuánto les debo yo a estos dos hombres? El bien que le han hecho a mi vida, y la belleza y la alegría que le han aportado, no tiene precio, ciertamente. Me hace gracia ahora que la primera canción que Caetano Veloso que escuché, cuando me aficioné en 1989, fuese la de "dinheiro não, beleza pura"...

Hace algo más de un año, Caetano escribió un importante artículo en el diario O Globo, "Só e sozinho", en el que les recordaba a los brasileños las conquistas de la ligereza y la alegría (la alegría ligera: comparten raíz) que aportó la bossa nova, y que se andaba malbaratando en las vísperas del Mundial de fútbol por el esnobismo ideológico (la expresión la pongo yo). Celebraba dos canciones fundacionales, sobre todo la segunda esta vez (de la primera ya había hablado mucho): "Chega de saudade" y "Chora tua tristeza". Ese chega brasileño significa basta: basta de nostalgia. En esta música se despide a la saudade y a la tristeza al mismo tiempo que se la acoge y se la mantiene. Son canciones vitalistas con un aroma de añoranza. Por eso la alegría brasileña es la más resistente: porque lleva dentro la tristeza. Como cantan Caetano Veloso y Gilberto Gil en "Desde que o samba é samba": "el samba es padre del placer / el samba es hijo del dolor...".

El gran André Breton, fundador del surrealismo –movimiento al que siempre le he visto concomitancias con el tropicalismo– defendió en Signo ascendente las analogías que elevaban contra las que rebajaban. Ponía un ejemplo zen: "Por bondad budista, Basho modificó un día, con ingenio, un haiku cruel compuesto por su discípulo Kikakú. Este había dicho: 'Una libélula roja, / arrancadle las alas: / un pimiento'. Basho lo sustituyó por esto: 'Un pimiento, / ponedle alas: / una libélula roja". Así la música brasileña. Así Gilberto Gil y Caetano Veloso.

[Publicado en Zoom News (Montanoscopia)]

21.7.15

Brasas políticas (y un refrigerio)

El hombre del tiempo parece Rajoy: ha anunciado ya varias veces que la ola de calor se termina, pero esta sigue asándonos como pollos, igual que la crisis. Ya ni nos refresca hacer como que lo creemos: diga lo que diga, del futuro también nos viene un flato de estufa.

Cabe el apaño individual, como ya hacían los griegos del periodo helenístico (Diógenes, Zenón, Pirrón, Epicuro), que se replegaban en sus filosofías tras los estropicios de los Tsipras y los Varoufakis del momento. Mi solución es la epicúrea, o sea, la de ponerme cerca el ventilador, que es mi jardín de brisas. Al otro lado, la ciudad calcinada. Y a este los azotes fresquitos, que evocan el mar y no el asfalto.

En julio todo está listo para que solo haya Tour y serpientes en los periódicos. Pero este de 2015 no va a poder ser. Por cada achuchón entre Coronado y Eugenia, caliente para ellos pero refrescante para el público, hay cien políticos con sus brasas. En plena canícula mantienen encendida la chimenea de su estolidez, la caldera de su locomotora loca. Sobre todo Artur Mas, nuestro Locomotoro supremo: ese discurso inflamado de anteayer, como si África empezase en los Pirineos, justo al ladito...

Y siguiendo por los Pirineos hasta Navarra, la nueva presidenta Uxue Barkos, con ese gran control ético-estomacal que le impide sentir retortijones (y vomitar) al poner a correligionarios de los etarras en su flamante (e infamante) gobierno. Ya ha hablado de "todas las víctimas", que es la fórmula habitual para compadrear con los verdugos. Lo leo y se produce como una interrupción en mi ventilador: el aire de fuera no puede con lo que me quema por dentro.

Como decía Nietzsche que crecía el desierto, así crece el infantilismo: ese Sáhara abrasivo de bobadas. Podemos había contagiado ya al PSOE (aunque tampoco hacía falta que lo contagiasen mucho, que ya se bastaba Zapatero) y ahora también contagia al PP, que anda como un cencerro (sin vaca). La última ocurrencia, en su búsqueda desquiciada de agua en el secarral electoral, es que "se reunirá con mareas y plataformas antidesahucio", y suponemos que sus guaperillas también se dejarán coleta.

Y de pronto, entre tanto infantilismo y tanta brasa, un refrigerio: el episodio de la canciller Merkel y la niña palestina Reem, lo más adulto que ha ocurrido en Europa en años. Por parte de Merkel y también de la niña, cuyas lágrimas no eran sentimentales sino trágicas: lloraba, porque lo comprendía, por el principio de realidad, que es un cabrón. El mismo principio desde el que le había hablado Merkel, tratándola como adulta y dignificándola.

Esa es la piedra en la que hay que hacerse (La educación por la piedra, tituló un libro de poemas João Cabral de Melo Neto) y en cuya ignorancia (como si se ablandara con la blandura mental) no se va a ningún sitio. Cabe la compasión, cabe la ayuda y cabe la justicia: pero sabiendo lo que hay, no con pamplinas. La verdad fría, que se acopla a mi ventilador por un rato en este verano de brasas.

[Publicado en Zoom News]

20.7.15

João Gilberto, el revolucionario en pijama



Hoy hace ochenta y cuatro años y cuarenta días que nació João Gilberto. Hasta ahora no me había puesto el especial del 12 de junio de Cuando los elefantes sueñan con la música, por el que he tenido noticia del vídeo de arriba y de la preciosa columna que Ruy Castro (autor de Bossa Nova) publicó en la Folha de S. Paulo el 6 de junio, cuatro días antes del cumpleaños de João Gilberto: "O revolucionário de pijama". Me llama la atención lo que se parece al último Borges, anciano y feliz. Transcribo aquí la traducción de Carlos Galilea de la columna, tal como la lee (en el audio está a partir del m. 18:40):
El revolucionario en pijama
(Ruy Castro)

Un vídeo colgado esta semana en internet muestra a João Gilberto en su apartamento de Leblon, acompañando con la guitarra a su hija Luisa Carolina, de nueve años, que canta una sencilla "Chica de Ipanema". Dura menos de cuarenta segundos el vídeo. Se ve poco y aún se oye menos, pero tiene algo enternecedor: João Gilberto está en pijama. Un pijama de color suave y estampado a cuadros.

Para los jóvenes que ven el vídeo debe de ser difícil creer que en 1958, hace cincuenta y siete años, este señor en pijama y pantuflas apareció con una batida de guitarra aparentemente incomprensible y una manera de cantar casi inaudible para los patrones vigentes: un estilo que dividió la música popular, que a nadie dejó indiferente, y que finalmente se reveló victorioso a escala planetaria.

¿Cómo aceptar un revolucionario en pijama? No se trata de la modestia del traje, aunque el de João Gilberto parezca muy bien cortado y de una franela de primera. Es el hecho de que este hombre no esté actuando para públicos que gustarían de escucharle, y son muchos, o grabando discos que nos abastecieran para siempre. Y porque, al respetar su silencio, hacemos como si él ya no existiese.

Su ciudad natal, Juazeiro, en Bahía, desde la que se fue de adolescente a Salvador y de allí a Río, en 1950, va a rendirle homenaje por su cumpleaños. El evento se llamará Viva João, y constará de música, poesía y recuerdos en torno a su persona. João Gilberto hace muchos años que no va a Juazeiro, pero sus habitantes no se lo tienen en cuenta. ¿Cómo reprocharle algo a alguien que ya se dio tanto? Saben también que él nunca salió de allí, de Juazeiro.

Y que su voz, su guitarra, la bossa nova y el respeto mundial fueron apenas sueños del niño a orillas del río São Francisco que João Gilberto nunca dejó de ser.

17.7.15

Trueba para desembrutecerse

Hace un par de veranos vi claro, y lo dije, que la gran consigna para estos tiempos era: "No embrutecerse". Pero los momentos lúcidos son alturas a las que no siempre se está. Todo ser humano, por otra parte, es demasiado extenso, e inevitablemente alberga puntos ciegos, recovecos brutos. Esta semana he recibido la noticia del Premio Nacional de Cinematografía a Fernando Trueba con cierto desdén. Pero el artículo de Daniel Gascón "Lo que debo a Fernando Trueba", en Letras Libres, me ha recordado lo que yo también le debo.

Reconozco que sus últimas películas ya no las he visto (en realidad, no he visto las últimas películas de casi nadie); pero en mi adolescencia fue importante El año de las luces, que emitieron un par de veces por televisión. Además del semen en el microscopio (y las andanzas de Jorge Sanz), estaba Manuel Alexandre con su Voltaire, que debió de ser la primera vez que vi su uso como talismán contra el oscurantismo (en aquel caso el franquista; vendrían más). Gascón habla en su artículo de "la cultura de los afrancesados", y en el grupito de los que nos la mostraron estaba Fernando Trueba (y luego David Trueba, y ahora además Jonás Trueba). Ahora recuerdo, tras quitarme la costra embrutecida, que si me vi todas las películas de Truffaut fue por él. Y que él nos descubrió el peliculón oculto de la nouvelle vague: La mamá y la puta, de Jean Eustache, que presentó en Canal Plus.

Pero a mí no tienen que descubrirme cosas muy rebuscadas: mi indolencia deja de lado clásicos que, si no me los señalan, ahí se quedan en barbecho. Así, también por Trueba me apasioné por Billy Wilder, que desde entonces es mi director favorito junto con Eric Rohmer (distintos y complementarios; aunque Wilder se aproxima a Rohmer en Avanti!, y Rohmer se aproxima a Wilder en El amigo de mi amiga). En aquella oleada leí todo lo que se había escrito sobre Wilder, y su libro de conversaciones Nadie es perfecto es uno de mis tres libros favoritos sobre cine. Los otros dos son los mismos que los de Gascón: El cine según Hitchcock, de Truffaut, y el Diccionario de cine del propio Trueba, que transmite la afición hedónica y libre al cine (y a la cultura en general).

Una afición a la que no llegué por Trueba, pero en la que me he visto junto a él, es la de la música brasileña. Me alegró esta confluencia, porque el brasileñismo es como una hermandad; pero no está exenta de un punto conflictivo: Trueba ha sido el gran valedor de Carlinhos Brown, que a mí me da una pereza enorme (no tanto por su música, que sí acepto, como por los sermones en que la ahoga). Sacó también una bonita antología de canciones brasileñas, Música para machacarte el corazón; aunque el machucar del título de donde viene en realidad significa lastimar. Trueba también me dio la oportunidad de ver por primera vez a mi ídola Adriana Calcanhotto en Madrid, en su local Calle 54 (que se llamaba como su película sobre el jazz latino); ocasión grande en la que no faltó su pero: el ruido de las cajas registradoras y las copas (el tilín-tilín y el chin-chin, que ahora que en mi reconciliación mental suenan a samba).

Para terminar con su cine, me gustó mucho Belle Époque (la del Oscar y la dedicatoria a Wilder), me divertí con Sé infiel y no mires con quién y con La niña de tus ojos, admiré el documental sobre Chicho Sánchez Ferlosio, Mientras el cuerpo aguante, me extrañó El sueño del mono loco y no le perdoné que dirigiera El embrujo de Shanghai en lugar de Víctor Erice. Pero la película que me pilló en el momento justo fue Ópera prima, en la que de pronto vi en cine lo que yo entonces más quería en literatura, que era La vida exagerada de Martín Romaña, de Bryce Echenique. (Óscar Ladoire era, sin duda, el Martín Romaña madrileño). Trueba dijo sobre Ópera prima que se propuso escribir una película tan barata que fuese imposible no hacerla. Se me grabó en su día y parece un guiño a mi consigna de ahora: no embrutecerse tampoco en la precariedad.

[Publicado en Zoom News (Montanoscopia)]

14.7.15

Vuelo encerrado

Desde que el Partido Popular ha decidido que su prioridad es la comunicación solo ha logrado comunicar una cosa: que su prioridad es la comunicación. En este sentido, el nuevo logo, presentado el pasado jueves como antesala o felpudo de la Conferencia Política del fin de semana, es todo un acierto: la situación es circular, cerradamente circular, y dentro de ella están atrapadas las siglas y la gaviota.

Al ver ese círculo hermético, el cerco, como diría el añorado Eugenio Trías, me he acordado de un documental (¡de La 2, naturalmente!) sobre la cerámica de los indios norteamericanos. En él se decía que no cerraban del todo sus adornos circulares, sino que dejaban una franjita abierta, a modo de puertecita, para que pudiera "salir el espíritu". El espíritu que se haya quedado dentro del nuevo logo del PP no encontrará la forma de escapar: tendrá que comerse con patatas las alitas y la sopa de dos letras. Aunque quién nos dice que ese menú no quisiera escapar también...

Lo más angustioso es el vuelo encerrado. Las alas alcanzan el cerco, se funden con él... y ahí se quedan. No lo pueden traspasar. Su esfuerzo volador quizá imprima energía al círculo, pero este habrá de permanecer en lo esencial estático, como un círculo vicioso. De algún modo, me recuerda a la conocida sintonía del PP, ese crescendo sin fin, pura generación de expectativas sin culminar, o de cabalgada erótica sin clímax, que viene a ser un bucle eufórico (no melancólico como el de Juaristi). Es aún el impulso de Aznar, que se apazguata en Rajoy.

Un círculo tan sólido remite a la obcecación. El PP quiere comunicarse, y se ha atrincherado en ese afán. Volviendo a los indios, parece haber trazado su propio Little Big Horn (el mismísimo "cordón sanitario" que siempre han reclamado contra él sus enemigos): desde ahí no dejará de emitir el mensaje de que ante todo está la comunicación, y seguirá haciéndolo hasta morir no con las botas puestas, sino con los votos quitados.

Antes, hace pocas semanas, aparecieron en el escaparate esos dos logos humanos que son los jóvenes Pablo Casado y Andrea Levy, que no han parado desde entonces de comunicar que son jóvenes. El nuevo logotipo es el pin que les ha puesto papá Rajoy, para echarlos con la hucha al Domund electoral. Pero Casado, sonriendo, en la presentación del jueves, empezó por hacerse un lío comunicativo. Que si la cosa no era gaviota sino albatros, y que en todo este tiempo (hasta que ha llegado alguien tan friendly como él) en realidad había sido un patito feo.

Lo del albatros no lo podemos dejar pasar los culturetas, pues "El albatros" es uno de los poemas ineludibles de Baudelaire. Cuenta una historia sádica: que los marineros (¿naturales de Génova?) los apresan y los arrojan a la cubierta para maltratarlos. Así –hemos de comprender por la indicación de Casado– como el ave del logos, encerrada en su vuelo. La cosa que han comunicado, al final, es tremenda.

[Publicado en Zoom News]

10.7.15

Tania y el supervivir

Siempre me precipito con la penilla. Me lo decía un amigo: "¡Cuidado con la penilla!". Reconozco que en el fondo es un mecanismo de ponerse por encima por la cara: uno proyecta una melancolía hacia la persona en desgracia pensando que esa persona nunca lo va a poder superar. Por no andarme por las ramas: hablo de mujeres, de mujeres con las que he salido. "No sigas con ella solo por la penilla", quería decir mi amigo. Y al final todas han terminado dando muestras de supervivencia muy superiores a la mía. (El mecanismo de ponerme por encima, como era previsible, se debía a que estaba por debajo).

Con Tania Sánchez me pasó igual hace unos meses, esta vez como mero espectador (¡no he salido con ella!). Cuando la pasada primavera se vio excluida del cogollito, le apliqué mis propios fantasmas: estaba fuera de Izquierda Unida, no logró aliarse con Podemos, se quedaba sin sueldo político, se acabó su relación con Pablo Iglesias (que la había dejado, se decía, por otra más joven), se encontraba imputada por tráfico de influencias. ¿Y qué va a hacer ahora –me decía– si no sabe hacer nada? ¡Y ya tiene una edad! (Treinta y seis, pensaba desde la mía provecta: ¡arderéis a los treinta y seis!). Y sin estar en la pomada no la llamarán ni de las tertulias...

Pero no sé si ella llegó a sentirse tan melancólica por su vida como yo (por su vida). En ningún momento flaqueó, ni manifestó culpa, ni reconoció errores, ni expresó tristeza. Me asombró (¡porque nunca aprendo!) su aplomo darwinista: se entregó sin titubeo a la tarea de sobrevivir, de supervivir. La frialdad con que se defendía de las mismas cosas de las que ella había acusado a otros daba miedo. Hablando lento, con firmeza, sin ironía ni restos de compasión. Esta mujer es una máquina de salir a flote. Ha elegido la política como podría haber elegido cualquier otra cosa. Su padre era concejal de IU en Rivas-Vaciamadrid. Ese camino iba bien, que estaba a mano.

Ahora está ya desimputada. Y volverá a tener un sueldo público: su ex va a colocarla en la lista para las generales de Podemos, que es como ponerle un pisito. El que tendría que dar penilla soy yo.

[Publicado en Zoom News]

7.7.15

La alegría de los resentidos

La izquierda, cierta izquierda (¡yo también soy de izquierdas!), está metida en una película rara. A las prosaicas realidades del mundo se ha puesto a echarles toneladas de retórica (de retórica lírico-épica), como si se aburriera y hubiese decidido montarse en una noria. El último episodio ha sido el del referéndum de Grecia. A la realidad, poco lucida, de un país en quiebra que no paga lo que debe ni tiene para mantenerse, por errores sobre todo suyos, esa izquierda ha emanado toda una leyenda de buenos y malos, de dignidades ofendidas, de "los banqueros" contra "la gente". La complejidad de una situación desoladora la han simplificado en un pastel que los propios griegos han comprado, por más que los beneficiarios no vayan a ser ellos sino los pijos ideológicos, cuyo narcisismo se refuerza.

Es extraña la alegría en estos contextos trágicos. Sin embargo, la ha habido. Hubo fiesta en Atenas para celebrar el triunfo del no, y en España se ha desencadenado la euforia en esa izquierda que anda metida en la película: a Varoufakis lo han llamado "jefazo" o "héroe griego". Al final, es una alegría contaminada de resentimiento. Una alegría sucia. El ejemplo más transparente quizá haya sido el de Isaac Rosa. Su artículo, notablemente señoritil, "Cuando ya no temes ni al corralito", lo termina: "Será que saben [los griegos] que su corralito provoca más terror en Berlín, París o Madrid que en Atenas". La ruina de "la gente" da al cabo igual si "los malos" van a estar más jodidos (como se piensa el señorito Rosa que van a estar, desde su cómoda empanada).

Es lo que tiene venir de la tradición marxista. El marxismo es una prolongación del hilo judeocristiano del resentimiento: pura religión ideológica, por más que sus creyentes se autoperciban como ateos y nos den la brasa de su presunción (en el asalto a la famosa capilla de la Complutense, había más beatería en Rita Maestre –aun en tetas– que en el cura). Entre las tareas liberadoras de Nietzsche, estuvo la de diseccionar ese resentimiento. El pasaje más memorable de La genealogía de la moral no es suyo, sino de Santo Tomás de Aquino: es una cita de la Suma Teológica. En ella se dice (suplemento, cuestión 94, artículo 1): "Los bienaventurados verán en el reino celestial las penas de los condenados, para que su bienaventuranza les satisfaga más".

Es una felicidad que se alimenta, pues, de la desgracia de "los condenados", lo que prueba su origen espurio: no ha nacido de la nobleza, sino de eso que Spinoza llamaba "pasiones tristes". Es lo que está implícito en lemas de Podemos como "El miedo va a cambiar de bando" o "Su odio, nuestra sonrisa". Resulta significativo el frentismo, que se sacan ellos de la manga: proyectan el odio efectivo que ellos sienten en un supuesto odio que sienten "los otros". Como prestidigitadores que ni se toman la molestia de currarse el truco, se fabrican a la vista de todos una coartada para odiar. El propio Pablo Iglesias lo ilustra, en una exhibición de resentimiento equivalente a la del Aquinate: "Yo creo que a la izquierda le iría mejor si en lugar de prometer paraísos para los parias de la tierra, prometiera un buen infierno rojo para los ricos". (Al final de este vídeo).

Esta gente se ha metido en una guerra chunga ella sola, en un delirio peliculero que enturbia la percepción de la realidad y la entorpece. Dicen que vienen a resolver los problemas y los van a empeorar todos. De hecho, han empezado por añadir un nuevo problema a los que ya teníamos: ellos mismos; su aparición y la propagación de su resentimiento.

[Publicado en Zoom News]

3.7.15

Savater en Epsom

He esperado este año, como ningún otro, el artículo de Fernando Savater sobre el Derby de Epsom, la carrera de caballos a la que ha estado asistiendo, y sobre la que ha venido escribiendo, desde 1975. El Derby tiene lugar a principios de junio y el artículo de Savater suele salir a mediados. Yo lo espero como la película anual de Woody Allen, o como el Tour, que empieza mañana y es mi Epsom particular. Pero este 2015 está siendo duro para Savater: su mujer, Sara Torres, murió en marzo. No ha querido esconder su pena y yo sé por qué: para tenerla a ella presente, aunque sea en la melancolía. Escribió la columna "Formas de duelo", y en la entrevista que le hizo El País dijo: "Nosotros teníamos una relación basada en compartir los libros, las películas... Ahora todo me parece plano, sin eco". Cuando pasó la tercera semana de junio sin que el artículo de Epsom apareciera, pensé que este año no había ido, finalmente. Pero sí. A cuatro días de que acabase el mes se publicó "El Derby del vacío".

En el artículo, Savater ofrece una formulación exacta, que mi amigo Manuel Arias y yo estuvimos ponderando: "Es el designio del amor que una presencia radiante lo llene todo y la ausencia de esa presencia todo lo vacíe. Solo una cosa falta y ya todo sobra". Y después de la carrera: "¡La alegría, qué envidia! Aún me acuerdo un poco de cómo era".

Que Savater esté también triste era lo que nos faltaba. Le debo tan buenos momentos, como lector de todo lo que ha escrito, y lo he admirado tanto, que una vez hice una adaptación personal del "Otro poema de los dones" de Borges y uno de mis versos era "por el valor y la felicidad de Fernando Savater". Borges da las gracias en su original "por el valor y la felicidad de los otros", en una de sus hermosas muestras de generosidad antirresentida. Pero el mejor agradecimiento de su poema es "por el amor, que nos deja ver a los otros / como los ve la divinidad". Lo malo es cuando esa otra persona está ausente: entonces la mirada hacia ella (hacia su hueco) sigue siendo amorosa, pero hacia todo lo demás se vuelca la mirada de Saturno. Me recuerda al "Outra vez", de Vinicius y Jobim, que cantaba João Gilberto: "Voy a hablar mal del mundo / hasta que regreses".

Los últimos artículos de Savater son particularmente ásperos, e incluso rudos. Es cierto que el mundo acompaña: se ha hundido su UPyD, ascienden los populismos y los oscurantismos que él se ha pasado la vida combatiendo, el embrutecimiento se generaliza... Pero sabemos por el propio Savater que no hay que acompañar al mundo en sus despropósitos. En mitad de la desolación, me ha emocionado que acudiese a Epsom, como buscando la salida, o entrar de nuevo. Ojalá el eco de la galopada le dé ánimo y lo restituya. Un Savater oscuro como Cioran al fin (el filósofo rumano le agradeció socarronamente en una dedicatoria "sus esfuerzos por ser pesimista") lo acogeríamos también sus lectores, pues somos degustadores, como él, de ese otro tono. Pero preferiríamos que recuperara la alegría que nos enseñó, y que nos dio.

[Publicado en Zoom News (Montanoscopia)]