1.5.15

Rajoy, oráculo hueco

Me hubiera gustado ser Mariano Rajoy la noche electoral del 9 de marzo de 2008, en la derrota, solo por tener a su mujer (¡que entonces sería la mía!) al lado. Cómo lo miraba Viri en el balcón de Génova, con qué cariño. Ahí tendría que haberse terminado la biografía de Rajoy, así hubiese querido yo que se terminase la mía, si fuera él: con una mujer guapa recogiendo mis cascotes y desapareciendo con ella tras el telón. Después, la posbiografía: días sin nada, solo con ella.

Pero Rajoy quiso seguir, y logró seguir, y terminó de presidente del gobierno. Estas vidas de la política, en manojos de cuatro años que pasan como un suspiro. Ha tenido mérito, pero al final ha sido peor. Su rescate de la economía ha sido al precio de dejar todo lo demás manga por hombro, incluido el PP. Tenía fácil elevarse sobre su predecesor, Zapatero. Y se ha elevado, aunque poquito: este tiempo será recordado como una "década ominosa" de esas de los libros de historia. El zapaterismo no es un periodo aislado: es ya una secuencia de zapaterismo-rajoyismo; un baile a dos en el que los pisotones nos los hemos llevado los ciudadanos.

Hay otro Rajoy posible, al que ya nunca conoceremos: el que, sin los atentados del 11 de marzo de 2004, hubiese alcanzado la presidencia entonces. Me imagino años apacibles, hasta desembocar en la crisis internacional de cuatro años después, que sin duda hubiésemos capeado mejor. Aunque con la podredumbre que llevaba dentro la política española y el sostenimiento de nuestra economía en la burbuja, quién sabe. A cambio hemos tenido una experiencia filosófica: la verdad desagradable ha asomado.

Rajoy no ha sido una buena "figura presidencial": no ha ayudado en la digestión de esa verdad ni ha sabido aliviar, con su presencia y con sus palabras, las penalidades de los españoles. Ha trabajado en la sombra, pero hemos ido atisbando (como en el caso de Cataluña) que era una sombra en buena parte vacía. Su famosa pasividad no era solo hacia el exterior, sino también hacia el interior. Se trataba de un oráculo hueco.

Esta semana, al anunciarse como candidato para la temporada electoral de otoño (antes viene la de primavera), ha dicho "confíen en mí". Pero lo ha dicho con su mirada huidiza y su voz titubeante. Lo que transmite es desconfianza. Y lo único que lo salva, de momento, es que nuestra confianza tampoco es excesiva en los demás.

[Publicado en Zoom News (primera Montanoscopia)]