3.2.15

Entre todas las banderas

Amor, amor solo he tenido por una bandera: la de Brasil. Aunque no le negaré nada al que me diga que lo llamo amor cuando quiero decir sexo. Solo que sexo en amplísimo sentido, en mi caso: la erotización total por un país, por una cultura. Con humor también desde el principio: ese Ordem e progresso irónico. Ningún país pone en su bandera un chiste. Brasil empieza por colocarse la bandera como disfraz de carnaval...

Frente a la bandera de Brasil (cuyo nido además lo tengo a seis mil kilómetros, y eso ayuda), todas me son entre indiferentes y antipáticas. La española también. Aunque con esta se ha producido un efecto interesante que me la ha ido limpiando de antipatía, por decirlo así: tras el empacho franquista, ha sido muy fácil convivir con ella. Una vez que voló el aguilucho, la relajación patriótica en la que hemos vivido los españoles (exceptuando a los nacionalistas de "las Españitas", que decía García Calvo) ha sido un lujo histórico impagable. Quizá un día se termine, por reacción. Pero de momento se mantiene.

Esa suavidad no se le ha perdonado, y a su tolerancia, a esa especie de estar sin estar suyo, compatible también con la ironía, se le ha respondido con el desprecio o la exclusión. Tendrá que ver con la rareza española, que al fin y al cabo es la nacionalidad a la que da oficialmente sus colores. A propósito, hace un par de semanas asistí a una mesa redonda en la que corresponsales extranjeros hablaban de su experiencia en nuestro país. Junto con defectos a los que no eran ciegos, resaltaron una virtud, más encomiable aún durante esta crisis: España no es un país xenófobo. Luego pensé que, en realidad, la única xenofobia visible en España es la que hay contra los españoles...

Nuestra rareza se vio también el sábado en la manifestación de Podemos, de la que habría mucho que hablar pero yo solo voy a hablar de las banderas. Llamaba la atención cuántas había y que ninguna fuera la española. Su ausencia era un macroaguilucho. Hubo un momento prometedor en el 15-M y fue cuando prohibieron las banderas. Ahora se ha abierto la jaula y el aluvión parece la parada de los monstruos. La proporción de antidemocráticas, o de dudosamente democráticas, era abrumadora. Hermann Tertsch habló de "las banderas de la revancha sacadas del inmenso basurero de los fracasos sangrientos de la historia".

Muchas eran banderas de países que no existen en España: la Cataluña independiente, la Galicia independiente, la Andalucía independiente, o nuestra pobre República, que ya no existe tampoco. Pablo Iglesias habló de sueños y ahí los llevaban en los trapos: cada cual con el suyo, como en la escena de los sueños de Bienvenido, Mister Marshall. Todos esos países beneficiándose de no haber existido nunca o de haber muerto, condiciones propicias para no tener que enfrentarse a los problemas reales ni que pagar las facturas. Privilegio que no puede ahorrarse el país que sí existe, el de la bandera española, que por eso no mola nada.

Pero al final, en Sol, sí estaba allí: no entre los manifestantes, sino colgada en el balcón institucional. Aristocrática, au desus de la mêlée, para todos, sin caprichitos. La bandera objetiva, la sin monserga, la no histérica, la no cursi, la no excluyente: la del conjunto completo de los españoles, ellos también.

[Publicado en Zoom News]