19.8.14

La corrupción transparente

Está la corrupción de los robos y los mangoneos, que tiene lugar en la sombra, accesible solo a los testigos directos (además de a sus protagonistas) y si acaso, luego, a los investigadores (judiciales, policiales o periodísticos) con acceso a las fuentes, a las pruebas. Pero a los que somos únicamente espectadores no se nos quita la sombra nunca. Nos cuesta trabajo imaginar esas acciones escondidas, y en ningún momento dejan de tener su peso la proclamación de la inocencia por parte de los acusados. Incluso cuando ya han sido condenados en firme –y por tanto ya podemos llamarles ladrones o lo que sea (cosa que hacemos con gusto)– nos queda un resquicio fantasmal.

Pero hay otra “corrupción” (y lo pongo entre comillas porque quizá no lo sea en sentido estricto, o lo es en un nivel distinto al de la otra) que se produce a la vista de todos. Una corrupción inmediata, transparente, incuestionable, de la que los espectadores alejados somos también testigos directos. Se da a la luz, ante las cámaras y los micrófonos, con la conciencia limpia (o limitada) por parte de su protagonista, que se delata con inocencia. En su favor juegan, a modo de protección, nuestros dos grandes males políticos: el sectarismo y la inmadurez democrática. Pero basta desprenderse de ellos para contemplarla con escándalo: el escándalo que suscita toda corrupción.

En los tiempos atolondrados en los que, por ejemplo, me costaba creer que el Gobierno estuviese detrás de los GAL, me escandalicé cuando escuché a Felipe González defender a Damborenea después de que este hubiese confesado. No sé si González era la famosa X, pero aquellas declaraciones me parecieron lo suficientemente graves. Por mi parte, no necesité más. Lo mismo ocurrió cuando, como se ha recordado ahora, Jordi Pujol se envolvió en la bandera catalana en 1984. O cada vez que los nacionalistas catalanes o vascos acusan de anticatalanes o antivascos a quienes solo están criticando a los nacionalistas catalanes o vascos. En estos casos, se produce una apropiación corrupta. Con sucios efectos civiles, por lo demás.

Esto es último es algo que se ha contagiado a todo el espectro político: era (y sigue siendo) un tic habitual en la Valencia y el Madrid del PP, o en la Andalucía del PSOE. Aquí la última manifestación ha sido la del expresidente de la Junta, Manuel Chaves, en una entrevista en la Cadena Ser de hace unos días. Se anda con tiento a la hora de acusar abiertamente a la jueza Alaya, por haberlo imputado en el caso de los ERE fraudulentos, pero dice (m.14): “Todo este caso ha tenido connotaciones políticas, interferencias políticas, ha sido una especie de proceso político o judicial, en el que se ha tratado por casi todos los medios es de destrozar la imagen de un partido que levantó y que modernizó Andalucía durante treinta o treinta y tantos años”. Y en esas frases, más allá de lo que haya hecho o no haya hecho el expresidente Chaves, hay corrupción.

[Publicado en Zoom News]