5.8.14

Esperando a Pujol

Con la confesión de Jordi Pujol, y el reconocimiento público de su exhonorabilidad, se ha producido algo paradójico: el Ubú President de Albert Boadella ha cobrado más veracidad que nunca, pero al mismo tiempo ha quedado anticuado. En cierto modo, también, ha dejado de tener gracia. A las exageraciones satíricas no les sienta bien que la realidad las supere en su terreno. El margen artístico de un dramaturgo está en que sea un notario de la realidad que se toma licencias; cuando resulta que era un notario hiperrealista, se acabó el juego. Hoy apetece más leer la prensa que meterse en un teatro a ver la representación.

La sátira ha corrido como un torrente estos días: los Pujol como los Panero (una familia de malditos), los Pujol como los Ruiz-Mateos (haciendo de Cataluña su Rumasa), los Pujol como los Gil y Gil... Se ha recordado la frase de Samuel Johnson de que “el patriotismo es el último refugio de los canallas”; con las demás traducciones para scoundrels: bribones, sinvergüenzas, patanes e incluso trapisondistas. Lo hemos pasado endiabladamente bien, y en un momento de exaltación he llegado a decir que todo el dinero birlado por los Pujol bien valían tan buenísimas jornadas.

Pero al mismo tiempo se iba segregando una sustancia incómoda: la de la falsedad, no en su vertiente jocosa, sino en la perturbadora. La de la manifestación, abrupta, de un vacío. He sido consciente de eso que andaba latiendo gracias a la asociación de José María Albert de Paco entre Pujol y el protagonista de El adversario. Cuando leí el libro de Emmanuel Carrère, lo que más me impactó fue que Claude Romand no les mentía a los suyos para ocultarles otra vida, sino para ocultarles que fuera no había nada:
Cuando hacía su entrada en el escenario doméstico de su vida, todos pensaban que venía de otro escenario donde interpretaba un papel distinto, el del hombre importante [...]. Pero no existía otro escenario, no existía otro público ante el cual interpretar otro personaje. Fuera, se encontraba desnudo. Volvía a la ausencia, al vacío, al blanco, que no eran un percance de ruta sino la única experiencia de su vida.
Ese vacío, naturalmente, como también apunta Albert de Paco, es el de esa “Catalunya” que no existe: la que levantaba su discurso como una fatuidad; el contenido de su coartada.

Y ahora los catalanistas se quedarán ya por siempre esperando a Pujol, como esperaban a Godot los personajes de Samuel Beckett. Quizá Boadella debería reinterpretar a su expresident en esta otra clave: de tanto ser Ubú, ha acabado en Godot. De la sátira al absurdo, merced a este brote de nada contundente.

Me acuerdo también de otra espera, quizá igualmente traspasable a Pujol. La que hacía el gran Guillaume Apollinaire de sí mismo en su poema Cortejo: “Un día me esperaba a mí mismo / Me decía Guillaume ya es hora de que vengas / Con un lírico paso llegaban los que amo / Y yo no estaba entre ellos”.

[Publicado en Zoom News]