29.7.14

La magia simpática del PSOE

Me preocupa que Pedro Sánchez, flamantemente aplaudido este fin de semana, siga ejecutando los pases de magia simpática que han hecho del PSOE lo que es ahora: un escaparate cursi e inefectivo. Al principio, siempre cabe la duda de si el nuevo secretario general tiene una estrategia además de una retórica. Uno solo accede al liderazgo de un partido si dispone de esta retórica; o mejor, si esta retórica dispone de él, puesto que debe plegarse a ella sin remedio. El asunto es si debajo del cascarón hay un pollito que en un momento dado saldrá y dirá (y hará) algo diferente. Eso es lo que veremos a partir de ahora. (Aunque también existe la opción de que salga del cascarón y se lo coma Susana Díaz, en calidad de reina de la granja).

El problema es que la llamada a la transformación que hizo Sánchez, y que resulta legítima en un socialista, no parecía ir acompañada de la conciencia de lo que implica eso. Para transformar la realidad –compleja y densa, escurridiza, resistente y enrevesada– hace falta mucho más que palabras: hace falta conocimiento, formación, inteligencia, habilidad, trabajo, esfuerzo. Como muy pocos de los personajes visibles de nuestro socialismo (y Sánchez tendrá que demostrar si es una excepción) parecen capacitados para tanta exigencia, la salida rápida y fácil es la del conjuro verbal. Eso que me gusta caracterizar como magia simpática.

Cuando el expresidente Zapatero proclamó que "las palabras han de estar al servicio de la política" estaba dando el primer paso para que las palabras sustituyeran a la política. Bastaba entonces con pronunciar palabras, las palabras adecuadas: como si, por arte de magia, solo con eso se transformara la realidad, o se tuviese alguna incidencia en ella. Decir "alianza de civilizaciones" era ayudar a la paz en el mundo. Decir "diálogo" era desactivar a ETA. Decir "Estado de bienestar" era contribuir a su sostenimiento. Aunque lo primero fuese inútil, lo segundo falaz y lo tercero engañoso; esto último, porque la política que se estaba llevando a cabo arruinaba el país, incapacitándolo para financiar esos servicios públicos que se invocaban.

En su discurso del congreso socialista, Sánchez ha incurrido también en la magia simpática. A lo largo de sus cincuenta minutos; y de un modo pasmosamente explícito en el 9:22, cuando dice: "Lo que tenemos que hacer es desterrar de una vez por todas palabras que nos afectan a todos, que nos indignan a todos, que se llaman crisis, pobreza, desigualdad, trabajo precario, paro, decadencia institucional, violencia de género, independentismo". Obsérvese que no habla de solucionar esos problemas, sino de "desterrar" su nombre. Ya puestos, se agradece que incluya el independentismo, aunque no deja de resultar chocante en el contexto. Y, por otra parte, el PSOE viene empleando otro pase mágico para conjurarlo: decir "federalismo".

Pero de todos los ítems de esta escenificación hechicera, el más irritante es la repetición machacona del “-os -as”, que viene propagándose desde hace años en buena parte de la izquierda y que en Sánchez parece haber alcanzado su apoteosis. La idea (mágica) es que con eso se está contribuyendo en algo a la igualdad entre los hombres y las mujeres. Pero su sobreabundancia ha terminado convirtiéndolo en otras dos cosas además: en tic neurótico-supersticioso, como el de los creyentes que tienen que ir purificando su discurso a cada paso con jaculatorias; y en rasgo distintivo de clase, en algo así como una vestimenta verbal que identifica a un grupo de poder (casi iba a decir a una casta). Esto último tiene una comprobación diáfana, porque es modo de hablar exclusivo de esos políticos: nadie habla así en la calle.

Y, francamente, no sé quién de la calle va a poder soportar las declaraciones del nuevo secretario general del partido socialista. He tomado nota de las veces que incurre en la manía en los tres primeros minutos de su discurso y resulta verdaderamente insufrible: "delegados y delegadas" (0:13), "compañeros y compañeras" (0:21), "trabajadores y trabajadoras" (0:35), "trabajadores y trabajadoras" (0:43), "compañeros y compañeras" (1:35), "amigos y amigas" (1:56), "de todos y de todas los compañeros y compañeras" (2:35), "todos y todas nosotros y nosotras" (2:49). Por lo demás, el lenguaje es tan cabrón que su hipotético machismo se termina filtrando: "los débiles" (0:51), "niños inocentes" (1:22), "todos vosotros" (1:58), "vosotros" (2:05), "los militantes" (2:08); sin sus correspondientes parejitas. Más adelante, se refiere también a Pablo Iglesias (¡el fetén, no el de Podemos!) como "el abuelo de todos los socialistas" (3:34). ¿Y qué pasa con ellas, las socialistas? ¿Se quedan sin abuelo entonces?

Aunque en este punto sí que he echado de menos una reduplicación, que hubiese quedado fastuosa: decir que el fundador del PSOE era "el abuelo y la abuela". Lo que habría sido un guiño, de paso, para el votante transgénero.

[Publicado en Zoom News]