7.1.14

Todo el peso del año

El 7 de enero es el primer día real del año. Y a estas alturas el año está ya seriamente tocado, con los propósitos desmoronados o a punto de desmoronarse. En España nos mata este tiempo tonto entre las uvas y el roscón, esta bolsa inicial de días que oficialmente son nuevos pero en los que no se puede emprender nada.

El día 1 va lastrado por la resaca de la Nochevieja y esa crudeza inicial del almanaque. El 2, el 3 y el 4 son de locura de tiendas y de agotar los polvorones, las gambas frías y los restos sin burbujas del champán. El 5, la terrible cabalgata y la carnavalada de los padres. Y el 6, las comidas familiares con los renacuajos dopados de juguetes, y al anochecer las calles entorpecidas por los envoltorios. Uno llega al 7 muerto, y con escasas posibilidades de resurrección.

Para entonces, además, el calendario suele haberse descolgado de la pared. Los meses siguientes irán arrimando el hombro según vayan pasando y podrán con los que quedan. Pero enero está solo. Su hoja no puede con todo el peso del año y una mañana de los primeros días nos lo encontramos en el suelo, como un diciembre prematuro. Le ponemos como tirita un adhesivo de refuerzo, y lo volvemos a colgar. Ya no suele caerse, hasta que le auxilie febrero.

Quizá este aviso sea el que más valga. La noticia doméstica del calendario, como símbolo moral. Pesa demasiado el año sin hacer. El año crudo y aún casi sin bocados. Una bola tremenda que nos abruma. Nos adentramos en él como buzos en un mar excesivo. La idea del tiempo ajeno, en el que no estamos aún. Quizá estos seis primeros días tengan como propósito hacérnoslo habitable.

Para cuando empieza el año verdadero nos encontramos entre los cómodos muebles de nuestra incompetencia, arropados por nuestro fracaso reconocible. Íbamos a despedirnos de nosotros mismos pero aquí seguimos. Todavía a tiempo de esconder los propósitos de año nuevo en la caja, con los demás trastos de la Navidad.

[Publicado en Zoom News]