27.6.13

La letra, con Wert entra

El siglo XX es el siglo de las dos guerras mundiales y la guerra civil española, el estalinismo, el nazismo, Auschwitz, el Gulag, la bomba atómica, la picana eléctrica, Guantánamo, el napalm y la pedagogía. Esta última no es la menos dañina de la serie. (Cada vez que se habla de pedagogía habría que sacar un revólver: para pegarse un tiro).

Aquí en España, gracias a los pedagogos, la batalla de la educación está perdida. No hay nada que hacer. Todo lo que se diga es para nada. Es algo que sabemos perfectamente, y por eso, cada vez que sale un tema “educativo”, las reacciones se reparten entre lo partidista y lo anecdótico; esto último, por lo general, como munición para lo primero. Ni siquiera se da la anécdota exenta y lúdica: todo para la trifulca sectaria, para el revolcarse en el fango. El “debate educativo” aquí es una cosa de patio de colegio, en el que todos deberían llevar orejas de burro.

Yo sí tengo una anécdota, y además instructiva. Un amigo mío, profesor de instituto, una vez que sus alumnos protestaron ante lo que se tenían que estudiar, les soltó: “¡A saberlo y a joderse!”. Me parece la mayor aportación pedagógica (esta sí que genuinamente pedagógica) desde lo de “la letra, con sangre entra”. El final fue feliz, porque los alumnos estudiaron. Una vez solucionada (¡de un plumazo!) la paralizante cuestión adolescente de por qué hay que estudiar, el tiempo estaba limpio para la tarea.

Algo que no gusta nada a los pedagogos. Estos, si se fijan, lo que hacen es ponerse en el sitio del adolescente, reforzándolo en su adolescencia. Metiéndolo, de hecho, en una poza de la que luego no tendrá manera de salir. La pedagogía consiste, básicamente, en inutilizar la enseñanza como proceso de maduración. El pedagogo fabrica una momia con la adolescencia del alumno, para que este ya la lleve a cuestas para los restos.

Ahora el ministro Wert ha intentado recuperar (un poquitito) la filosofía del esfuerzo, que es la que alienta en el sanguinolento refrán. Pero su corte en el 6,5 no ha durado ni un día. Al hijo del pobre de poco le sirve el mérito, en este ambiente general de igualación a la baja.

[Publicado en Zoom News]

25.6.13

Wallenda en el alambre

Menos mal que no supe con antelación que el funambulista Nik Wallenda se proponía cruzar por un alambre el Gran Cañón del Colorado. Lo paso fatal con estas cosas, sobre todo cuando está en juego la altura. Mi vértigo personal es controlable, pero me sucede algo extraño, que debe de estar catalogado en algún sitio: padezco vértigo ajeno. Puedo asomarme a un precipicio sin problema, pero si se asoma alguien a mi lado temo que se pueda caer. O que se pueda tirar. Quizá me venga del miedo que pasé cuando un compañero de Filosofía, aficionado al malditismo, se puso a gritar en lo alto de la noria: “¡Tengo miedo, tengo miedo!”. “Tranquilo”, le dije, “no vas a caerte”. “¡No tengo miedo de caerme! ¡Tengo miedo de tirarme!”.

Nik Wallenda no parece que tuviera miedo de caerse, ni mucho menos de tirarse. Y lo que no tenía, desde luego, es vértigo. Pero objetivamente cada paso que daba podía ser el último. Cada uno de los que damos nosotros también, por supuesto; pero en su caso la metáfora se había hecho carne, y estaba comprimida en unos minutos decisivos que sabían que lo eran. Aun conociendo ya el éxito de la travesía, he visto el vídeo con el corazón en un puño. Y luego me he atrevido a ver el de la muerte de su abuelo, Karl Wallenda, que se cayó en 1978, cuando intentaba pasar entre dos rascacielos de Puerto Rico. Me he acordado de lo que le dice el Zaratustra de Nietzsche al volatinero o funambulista moribundo: “Tú has hecho del peligro tu profesión, en ello no hay nada despreciable. Ahora pereces a causa de tu profesión: por ello voy a enterrarte con mis propias manos”.

Entre abuelo y nieto había otro cable, invisible: la caída del abuelo le daba valor al equilibrio del nieto. Le tendía la demostración de que es un heroísmo sobrevivir.

[Publicado en Zoom News]

20.6.13

Corregir con el error

El ministro Montoro es una fábrica de autosatisfacción. Antes de que la consigna del Gobierno fuese el optimismo, él ya irradiaba una positividad a prueba de ajustes, amnistías fallidas, fraude fiscal y recaudaciones bajas. Los números ya podían ser negativos, que él se mantenía positivo. Yo creo que la subida de impuestos ha sido la manera que él ha encontrado de expresarnos su subidón personal. Seguramente había más procedimientos, pero con la crisis no tenía en su mano otra cosa que subir. (Bueno, salvo los caracolillos de su aclamada melenita, algo que por lo general acaba en bajo pero que en él lo hace en alto: el positive thinking le riega hasta las terminaciones capilares).

El gran espectáculo que proporciona el narcisista es el de la conversión de todo lo que le ocurre (y no digamos de lo que hace) en triunfos. No hay nada que, tras pasar por su alambique, no salga transmutado en ego. Lo del DNI de la infanta Cristina, esa quiniela de 14 hecha carnet (aunque, curiosamente, no con catorce aciertos sino con trece fallos), es una chapuza como yo solo había visto antes en los tebeos de Pepe Gotera y Otilio. Sin embargo, Montoro ha salido a defenderlo con una delectación que casi parecía que nos estaba presentando el último producto de Apple.

Y la verdad es que se trataba de un artilugio (retórico) sumamente sofisticado, puesto que se trataba, nada más y nada menos, que de corregir con el error. Es decir, de utilizar el error como corrector. La situación era complicadísima y no había manera de salir de ella. En sí misma, no tenía corrección posible. Salvo si se alegaba que había sido un error: con esto se encontraba una salida. Que fuera creíble o no es secundario: lo relevante es que esa explicación ha sido vivida por Montoro como un acierto. De ahí su ausencia de pesadumbre, su euforia incluso, en la comparecencia: no hablaba como un hombre que se ha equivocado, sino como el Montoro que ha vuelto a acertar una vez más. Cometiendo al mismo tiempo, naturalmente, un error de verdad: el de no dimitir.

[Publicado en Zoom News]

18.6.13

La segunda inauguración de Franco

El día 30 de abril de 1956, un lunes, los señoritos de la finca en que trabajaba mi padre, en las afueras de Málaga, le dieron unos duros para que se sumase a la multitud que iba a recibir a Franco. El dictador venía para inaugurar el hospital Carlos Haya, cuyo nombre oficial era entonces “Residencia Carlos Haya del Seguro Obligatorio de Enfermedad”. Carlos Haya había sido un aviador franquista, muerto en la guerra civil. Según el Abc del día siguiente, las calles “estaban invadidas de público, que, a la llegada del Jefe del Estado, prorrumpieron en aclamaciones y vítores. El Generalísimo, sonriente y satisfecho, correspondía desde su coche a esta adhesión de los malagueños con cariñosos saludos”. El Nodo también se hizo eco de la visita.

Yo nací en aquel lugar diez años y tres semanas después. Para mi padre “Carlos Haya” sí sería el nombre de un militar de Franco, y aquel hospital el sitio donde tuvo que hacer el paripé ante el caudillo (conociendo de paso lo que había por dentro de la retórica del Abc y del Nodo). Aunque probablemente en sus asociaciones pasaría a ser más importante el hecho de que allí naciera su primer hijo. Para los malagueños de mi edad, en cambio, “Carlos Haya” nunca fue otra cosa que una serie fonética. Jamás supimos, ni nos dijeron, quién era esa individuo. Carlos Haya no era el nombre de nadie, sino el de un hospital. En las peleas infantiles decíamos siempre “te voy a dar un guantazo que te voy a mandar a Carlos Haya” (bueno, “te via da un guantazo que te via mandá a Carloaya”). Y ahora la cursilería ideológica de nuestros nuevos señoritos le ha cambiado el nombre, derramando su mostaza en mi magdalena de Proust.

La erosión del tiempo es fabulosa, y es la que ha acabado siempre con los tiranos. La solemnidad con que el dictador Franco quiso honrar a uno de su cuadrilla, fue limpiamente soslayada por el tiempo. En Málaga llevábamos ya cuarenta años (¡un franquismo!) sin saber quién era Carlos Haya. Lo que Franco pretendió, la vida lo había aplastado. Pero tenían que llegar los verdaderos interlocutores de Franco hoy en día, nuestros serviciales antifranquistas, para desenterrar su discurso y volver a transmitir su mensaje. Le habrán quitado el nombre al hospital, pero lo que han hecho, de facto, ha sido inaugurarlo de nuevo. Aunque no lo veamos en el frontispicio, ya no hay manera de no leer lo que Franco quería.

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13.6.13

Un millón de años con la misma cara

Leo en el diario tradicionalista Abc una noticia que parece buena desde el punto de vista de la tradición: nuestra cara tiene un millón de años. Mi asombro ha derivado en vértigo, al darme cuenta de que esta misma expresión pudo ponerla un individuo de entonces. Pero quid pro quo: él también se hubiera mareado de saber que sus muecas iban a durar mil milenios. Resulta que nuestro teatrillo facial es la función que más tiempo lleva en cartel. Eso explica las máscaras del teatro antiguo: ya por entonces querían darle un poco de variedad a la cosa. Otro factor de melancolía es que se nos escurre el mono, que ahora queda más lejano.

¿Cómo sería inaugurar nuestra cara? Los debutantes estarían como un niño con zapatos nuevos (calzados en el hocico). Tal vez fueran pequeños Frankensteins, tratando de hacerse con los mandos. En la cara se reprodujo sin duda la batalla darwinista, y unos gestos prosperaron y otros no. Algo parecido a inventar emoticonos. Si yo fuese Albert Espinosa evocaría aquí las primeras sonrisas, esas que busca su brújula filantrópica. Pero mi palo es más bien la misantropía. La noticia, para mí, es que la incomodidad se me ha alargado hasta el millón de años por la espalda. “La tiranía del rostro humano”, que decía Baudelaire, es aún más vieja de lo que nos habíamos creído...

Pero vuelvo a la prensa del día e inevitablemente los ojos se me van a las caras. A la del pobre Messi, por ejemplo. Para ilustrar la querella contra el jugador por fraude fiscal, se han escogido caras suyas no de hace un millón de años pero sí anteriores a la noticia: caras en las que Messi parece autoinculparse previsoramente. (A modo de ejemplo, véase la de Libertad Digital). Es un arte periodístico avezado este de editorializar con el propio gesto del protagonista, quien se exhibe así como su mayor enemigo. Lo cual me devuelve a la melancolía, y un poco también al vértigo. Debemos de tener caras para todo en el almacén. Hace un millón de años estaban todas quietecitas en cada uno; o iban pasando en fila india según los acontecimientos. Ahora ya está grabada en algún sitio la que nos condena.

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11.6.13

Política de autoayuda

Rajoy quiere darle un vuelco a la situación, empezando no por la realidad sino por el modo en que se percibe. Después de año y medio de gobierno, la realidad ha demostrado ser tozuda, inhóspita y menos domesticable que el erotismo de Paquirrín. Así que la ha dado por imposible y ha pasado al plan B: tratar de que se la mire con buenos ojos. Los políticos del PP llevaban ya unas semanas intentando colocar un mensaje alentador, y ahora el presidente ha proclamado que “el pesimismo está de retirada”. Sus asesores han cuidado todos los detalles menos uno: el lugar donde lo ha dicho ha sido Peñíscola, famosa por su antiguo festival de cine de comedia. Quizá eso explique el look “casual”, a lo Milikito, de Rajoy. Y la poca gracia de su chiste.

Con el rajoyismo pasa algo inquietante: puede entenderse sin Aznar, pero no sin Zapatero. Al aznarismo se parece poco, lo que ni siquiera nos permite vivir contra Rajoy tan bien como vivíamos contra Aznar. Del zapaterismo, en cambio, apenas se distingue en que no hay ojos azules y en vez de Suso de Toro está Marhuenda. Lo único que quedaba era el sobrio pesimismo conservador, que sustenta sus medidas duras en una aguzada conciencia del mal. Pero eso ya está también liquidado. Ahora tendremos que recibir los ajustes con una sonrisa. Podría resucitarse toda la cartelería de la Unión Soviética, poblada de obreros felices de vivir en el infierno.

En 2008, con la crisis prácticamente encima, Zapatero basó su campaña electoral en el optimismo. El spot que se nos ha quedado en la memoria es el de Defender la alegría, con cuyo visionado dan hoy ganas de gritar: “¡Cierra la muralla!”. Pero hubo otro anterior más interesante: el de No seas él, que se proponía ahuyentar a los “cenizos catastrofistas”. El mensaje tenía poco de subliminal: ese él que no había que ser era el mismísimo Rajoy. A este se le debió de quedar dentro, y ahora ha decidido seguir la recomendación: ya no es él ni el mismísimo. (Puede que incluso utilice el vídeo contra Aznar, que sigue aguijoneando). La llamada del optimismo es irresistible, sobre todo cuando se está en el poder y hay que criticar a las críticas. El procedimiento es ponerles una capa negra y llamarlas pesimismo.

La de Rajoy, en fin, como la de Zapatero, es ya una política de autoayuda: basada en el optimismo y en las buenas intenciones; en el pensamiento mágico que no cambiará la realidad, pero hará que nos sintamos más a gusto: a mal tiempo, el smiley. El problema es que, como sostiene Barbara Ehrenreich en Sonríe o muere. La trampa del pensamiento positivo, es justamente ese pensamiento el que nos metió en la crisis (léase el capítulo “Cómo el pensamiento positivo destruyó la economía”). La política de autoayuda termina siempre en el “¡sálvese quien pueda!”.

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6.6.13

Abertzalismo shaolín

Ahora sí empiezo a creerme que la paz ha llegado al País Vasco, que se respira otro aire. Es cierto que ha sido con ocasión de un crimen y una brutal paliza (por el momento), pero, como suele ocurrir en las ciudades, se ha tratado de un simple asunto delictivo: sin pizca de respaldo social. La Ertzaintza ha detenido al sospechoso y no había ciudadanos increpándola, ni interponiéndose. Incluso fue avisada por algunos de ellos.

Y eso que el asesino compartía características con los que durante lustros han contado con simpatías y complicidades: se reclamaba heredero de una tradición milenaria, surgida entre montañas; había cambiado su nombre castellano, Juan, por otro que sonaba más acorde con su universo de creencias, Huang; su discurso estaba hecho de abstracciones inasibles a la razón, que emitía en tono sacerdotal; era tratado con respeto (y sin carcajadas) en programas de televisión aparetemente serios; se grababa vídeos con sus entrenamientos en parajes de algún país comunista; tenía una especie de herriko taberna donde se prometía un paraíso primitivo, el Océano de la Tranquilidad; y era, en fin, muy aficionado a un determinado tipo de folclor, con rituales, danzas y nuntxakus...

Sin embargo, esta vez no ha contado con un partido como HB Bildu que diga que se trata de un preso político; ni siquiera, como escribía ayer Santiago González en El Mundo, de un “preso religioso”. Ni ha salido nadie reclamando que los crímenes haya que contextualizarlos en conflicto alguno. Ni tiene como correligionarios a alcaldes, concejales y diputados. Ni han salido emotivas manifestaciones con su retrato como estandarte. Ni parece que Julio Medem vaya a acercarse a nadie de su entorno para filmar cómo explica sus razones. Además, el que llame asesino al asesino no será acusado de facha o españolista, ni tendrá que llevar escolta para evitar que le maten otros como él. Es cierto que en Deia quieren presumir de que solo hay un “único precedente vasco de asesino múltiple” (no ha buscado lo suficiente en sitios como la antigua Comisión de Derechos Humanos de su parlamento autonómico). Pero, para compensar, el Ayuntamiento de Bilbao pide esta vez que la población sea “activa” en su oposición a la violencia.

Todo, como se ve, saludablemente normal. Lo que no es normal era lo otro.

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4.6.13

Fuera de lugar

Es una lástima que, de los dos partidos que suben en las encuestas, uno de ellos parezca estar subiendo más que nada al monte. Me refiero, naturalmente, a Izquierda Unida, a la que en el Parlamento deberían cambiarle el escaño por unos matorrales, quizá traídos de Sierra Maestra. El impulso racionalizador que –pese a populismos y extravagancias– aportará UPyD, se verá irremisiblemente contrarrestado por una IU cada vez más antisistema y perroflauta (¡con perdón!). El balance global será el que ya conocemos: que el auténtico drama es el hundimiento del PP y del PSOE. Mejor dicho, no tanto el hundimiento (catastrófico pero justo) como la irresponsabilidad que les ha conducido a él.

Pero resulta desolador que la irresponsabilidad de los dos grandes partidos termine beneficiando a un tercer partido que es todavía más irresponsable que ellos. Después de las voces (¡cráneoprivilegiadas!) que pedían que no se pagara la deuda, para que esta desapareciera como en un truco de Juan Tamariz, ahora la coalición ha aprobado que los catalanes solitos tienen derecho a decidir la ruina de todos los españoles. Porque, más allá de vaporosidades patrióticas (¡lo que Marx llamaba la “superestructura”, a ver si se lo leen!), es justamente eso, la ruina, el pan, la cruda realidad que hay bajo las pajas mentales, lo que nos estamos jugando aquí. Desde que empezó la crisis, llevan con la matraca de que Europa le roba soberanía a España: y ahora van y se la regalan a los retrógrados nacionalistas.

Mi tesis es que, en vista de que la utopía no llega, han decidido tomarse al pie de la letra esa palabra e instalarse, sin más aplazamientos, en un no lugar. Es decir, estar aquí, pero no estando; o estar en otro sitio que no es el de aquí y ahora: un sitio sin exigencias ni responsabilidades. Su negación de la democracia que tenemos y su afirmación de lo que no tenemos, sea la República, Cuba, Venezuela o hasta Corea del Norte, así como el eterno combate contra los fantasmas del franquismo, no son más que procedimentos desrealizadores. Se trata, en suma, de negar la realidad por un sueño. El típico sueño que, a poco que tropieza con la realidad negada, deriva en pesadilla.

[Publicado en Zoom News]