30.4.13

Les va la marcha

Yo no tengo ni idea de lo que hay que hacer, la verdad. Me quedo agazapado, dando sin duda mal ejemplo, pero pensando al menos qué decir. Mi sensación es la de ser la mortadela de un sándwich, aplastado entre dos rebanadas. Una rebanada es la del Gobierno. La otra es la de los, por llamarlos abreviadamente, indignados. El primero parece consciente de la complejidad de la situación, pero actúa tibiamente, no da la cara, se escurre. Los segundos parecen tenerlo muy claro y llaman a la acción. A la pregunta revolucionaria por excelencia, el ¿Qué hacer? de Lenin, despliegan sus imperativos sin titubear: ¡Indignaos!, ¡Comprometeos!, Reacciona. (Este último también lleva signos de admiración, aunque no se vean).

No estoy muy seguro de que el Gobierno vaya a sacarnos de esta. Por ahora, ciertamente, no lo está haciendo. Pero sí estoy seguro de que por el camino que proponen los otros iríamos directos al desastre. La semana pasada, por ejemplo, se juntaron Julio Anguita y Jorge Verstrynge para decir (¡cráneos privilegiados!) que “no pasa nada si la deuda no se paga”. Hay un voluntarismo que pretende arreglarlo todo mágicamente, saltándose los trámites de la realidad. Pero sus manifestaciones no tienen que ver con esta, sino con la expresión. Se trata, en último término, de expresarse. En este sentido no anduvo desencaminado Gonzalo Moliner cuando, con el olfato hacia las palabras que parece propio de su apellido, defendió el escrache desde la “libertad de expresión”.

El problema es que en política la manera de expresarse es actuando. Los escraches y los cercos al Congreso son actuaciones. Y dispararles, a falta de “políticos”, a dos carabinieri. Lo que sucede es que una salvajada como esta (una explosión de desesperación, sí, si se quiere) ya se encuentra con raíles engrasados por los que transitar. En una entrevista de poco antes, declaraba Rosa María Artal, una de nuestras indignadas: “Es asombroso que no se reaccione”. Y ella misma, nada más conocer la noticia, escribió en su Twitter: “Jugar en el Olimpo político y machacar a los ciudadanos acarrea estas indeseables consecuencias”. Indeseables, desde luego, pero no inesperadas. Las cosas van mal, pero a algunos les va la marcha y se sienten rejuvenecer con la vieja consigna de “cuanto peor, mejor”. Mejor, al menos, para sus expectativas.

[Publicado en Zoom News]