26.3.13

Los ríos

La corriente de Twitter tiene algo de río de Heráclito, que pasa y se aleja. Pero uno sí puede bañarse dos veces en el mismo tuit, gracias a esas piscinitas que son los enlaces. Así, me ocupo ahora de la burrada que tuiteó la exministra Trujillo hace dos semanas, sobre los ríos precisamente: La he reencontrado en la última columna, espléndida y feroz, de Félix de Azúa en Jot Down. Ha sido a mi regreso de Lisboa, y hallándome por lo tanto sensible de ríos: tras los días junto a ese Tajo que viene de Toledo, acarreando sus aguas de Garcilaso a Pessoa. Pocos elementos de la naturaleza hay más civilizados (civilizatorios) que los ríos, y basta seguir el curso de los importantes, y fijarse en qué ha pasado a sus orillas, como hizo Claudio Magris en El Danubio, para recrear toda una cultura. ¿Cómo hemos podido llegar a un grado de ceporrismo tan contumaz como el exhibido por esta mujer que ha sido ministra y es profesora universitaria?

No sé qué se hace ahora con los ríos en las escuelas, pero yo ya no tuve que estudiarme la lista. Lo cual fue una pena, porque –como las alineaciones de los equipos de fútbol o el recitado de los puertos de la Vuelta, el Giro o el Tour– constituía un auténtico festival fonético, que no solo desarrollaba la memoria, sino también la sensibilidad por las palabras, por la materialidad de las palabras. Según el mismo principio por el que el poeta inglés Auden decía que no hay mejor ejercicio poético que recitar la enumeración de los ejércitos griego y troyano del canto II de la Ilíada: un río de sonoridades de efecto vanguardista.

Yo no tuve que aprenderme, pues, la lista de los ríos. Pero sí recuerdo el placer de los nombres de los que aparecían, y cómo sus fotos en el libro de texto eran promesas de otros lugares en que los ríos llevasen agua, a diferencia del río seco de mi ciudad, que era el que yo conocía. De algún modo, me salvaba que existiesen el Sil o el Ebro. Y, más allá, el Garona y el Vístula; y el Mississippi, y el Amazonas, y el Orinoco. Los ríos tienen algo que seguramente molesta en las mentes funcionarias, administrativas y de partido: no se paran en las fronteras (aunque a veces las constituyen); atraviesan provincias, regiones y países. Aprender por dónde pasan es, después de todo, peligroso: supone una refutación automática del localismo, que es uno de los estanques de donde hoy maman nuestros poderes.

[Publicado en Zoom News]