26.2.13

El hombre que no quiso ser florero

Hay una frase de Pascal que se recuerda a menudo: “Todas las desgracias le vienen al hombre de que no sabe quedarse quieto en una habitación”. Algunos casi lo consiguen, como Dominique Strauss-Kahn, que cumplió el 50%, lo de quedarse en la habitación; lamentablemente falló en lo de quieto y de ahí le vienen todas las desgracias. Hace unos días volví a recordar la frase, cuando Diego Torres declaró que su exsocio Urdangarin “no quería ser un florero”. Esta vez el destino lo había puesto fácil, porque no hay mejor sitio para ser un florero que palacio. Pero de nuevo se impuso la maldición de Pascal, que entre nosotros la formuló Azcona más campechanamente: “Como fuera de casa no se está en ningún sitio”.

Es un verdadero problema antropológico, que quizá tenga que ver con pasarse de frenada. Uno consigue algo y podría quedarse ahí, pero por lo general sigue adelante. Es difícil estarse quieto. Según el exsocio, Urdangarin quería tener “un desarrollo profesional”. No veo qué de malo había en desarrollarse como florero. La cuestión remite a esta mentalidad de hoy, tan utilitaria, que está todo el rato fomentando el emprendimiento y penalizando la contemplación. Urdangarin lo pilló a la primera y quiso formar un dúo dinámico, y no estático, con Torres. Aunque el repertorio se les fue a la Movida, y ahora andan cantando “¿fuiste tú el culpable o lo fui yo?” (Urdangarin, por cierto, con lo que se parece a Carlos Berlanga, da bien como pegamoide).

El caso es que hubiese sido un excelente florero, de esos que se enteran de todo, como los de Método 3. Y se me ocurre ahora si el avieso exsocio no estaría queriendo mandar un mensajito: los floreros no suelen aparecer en la prensa, y de pronto, en la misma semana, salen dos. ¡Qué raro! De todas formas, prefiero quedarme en la parte lírica del asunto, reforzándola incluso con una nota poética. Para esto nada mejor que el Ricardo Reis de Pessoa, que escribió: “Sabio es el que se contenta con el espectáculo del mundo”. Y además tiene una apología directa de los floreros: “Son plácidas / todas las horas / que perdemos, / si en el perderlas, / como en una jarra, / ponemos flores”.

Pero he metido la pata al traer a Reis (como la metí antes, sin darme cuenta, al escribir “campechanamente”), porque tiene otro verso de connotaciones familiares para el hombre que no quiso ser florero: “Abdica y sé rey de ti mismo”.

[Publicado en Zoom News]