26.4.12

Niterói

Me siento un imbécil por no haber ido entonces a Niterói. Niterói está enfrente de Río, desde donde se va por el puente Río-Niterói. Yo estaba tan enamorado de Río, que ni me planteé ir a Niterói. Sin caer en que la mejor vista de Río es la que hay desde Niterói.

25.4.12

El cogote cinéfilo

Los seguidores de Qué grande es el cine coincidíamos en dos cosas: en despreciar a Garci y en admirar a Miguel Marías. En medio estaban los demás tertulianos, más o menos despreciables (¡Lamet, Giménez-Rico, Tébar!), más o menos admirables (¡Cobos, Torres-Dulce, Oti!); pero los que marcaban los extremos eran ellos. A Garci, con todo, le agradecíamos aquel programa, que le redimía en parte de ser Garci y de dirigir las películas de Garci. Películas que, por fortuna, estaban excluidas de Qué grande es el cine. Aquí ponían solo peliculones. Y después la tertulia cinéfila. Cómo destacaba en ella Miguel Marías. Siempre con su tono serio y ligeramente vacilón, su discurso asido de la pipa apagada. Admirábamos a Miguel Marías y nos acostumbramos a ver las películas sintiéndonos Miguel Marías. Adoptábamos su pose y su voz, nos comprábamos pipas, nos dejábamos bigotín, nos sometíamos a bestiales dietas para quedarnos en los huesos y nos fumigábamos el pelo por ver si se nos caía. Con esto se comprenderá mi conmoción cuando, en un viaje a Madrid, me encontré con Miguel Marías en la Filmoteca.

Era una película japonesa. Concretamente del cine mudo japonés de los años treinta. Nada más entrar y verlo en el ambigú quise salir (dominguínicamente) para contárselo a mis amigos. Pero me contuve. Miguel Marías era aún más delgado que en la tele: resulta que esta engorda incluso a Miguel Marías. Era un palillo con mijitas de carne por aquí y por allá; apenas una percha con ojos para ver cine. Lo seguí por el patio de butacas y me senté justo detrás. Nunca me había sentido tan excitado en una sala que no fuera X. Se apagaron las luces. Empezó la película. No recuerdo nada (ni una imagen, nada); solo que, francamente, me estaba aburriendo. Me distraje observando el cogote de Miguel Marías. Era un cogote escueto, tenso, que también atendía a la película, solo que en la dirección equivocada. Pensé en el drama de los cogotes de los cinéfilos, orientados siempre hacia donde no está la pantalla. Empezaba a invadirme la melancolía, cuando advertí en él un ligero temblor y supe que era el reflejo de una emoción cinéfila. La película, pues, era una maravilla. Mientras yo me aburría, Miguel Marías estaba en comunión con aquello que unos japoneses habían rodado, sin voz, en la década de 1930. A partir de ese momento seguí la película con un ojo, mientras con el otro vigilaba el cogote de Miguel Marías. Este me indicaba, con su temblorcillo, dónde me debía emocionar: y me emocionaba de veras. Era un cogote infalible: un sismógrafo de la calidad cinematográfica, o una varilla de zahorí capaz de reconocer los acuíferos sepultados del talento. Japón, país de terremotos, había enviado su mariposa en una dirección opuesta a la del famoso efecto, y terminaba su viaje agitando las patitas en aquel cogote.

Salí felicísimo, aunque lamentando que en Qué grande es el cine no hubiera una cámara enfocando permanentemente el cogote de Miguel Marías. El cogote de Miguel Marías, con sus temblores ex cathedra, habría sido así otro de los tertulianos. Habría sido, de hecho, el más elocuente de los tertulianos; solo por detrás, como es lógico, de Miguel Marías.

[Publicado en Jot Down]

19.4.12

El periódico del día

Mi lema de cuando viajo, "¡Nada cultural!", podría ser también mi lema de Málaga, porque ya solo paseo en la dirección opuesta: por descampados sin conferenciantes. Aunque ayer me dejé caer en una presentación: la de Fricciones, de Pablo Martín Sánchez, que edita mi amigo Paco Torres en su editorial (EDA). La presentación la hizo el autor de la primera reseña (luego salieron otras, en Babelia y en El Cultural). Resultó entretenido el acto, sobre todo gracias a la vivacidad con que se expresa el escritor, y a los cotilleos del turno de preguntas. De los dos relatos que leyó, que estaban bien, me interesó en especial el primero, "Faustine", porque su argumento parte de un ejemplar de La Vanguardia fechado el día del nacimiento del protagonista. Yo suelo mirar esas cosas. No hace mucho, por ejemplo, se me ocurrió poner la fecha del mío en YouTube, por si había algo. Y lo había: la filmación de una primera comunión. Son imágenes rancias, con ese ambiente eclesiástico que estropea la estética. Pero me gustó ver que hacía sol.

18.4.12

A vida y a quemado

Esta mañana he estado de visita en un instituto, a la hora del recreo. Golpetazo al encontrarme de frente con el barullo de los alumnos. Vibraciones eléctricas. Con la amiga con la que había quedado, profesora, no he podido cruzar dos frases seguidas, porque a cada poco tenía requerimientos: alumnos y alumnas que llegaban, preguntaban o decían algo, se iban; luego seguían por allí, volvían a aparecer. De pronto, un olor a quemado: habían prendido una papelera. Por lo visto el otro día lo hicieron con otra y es la moda, a la que no daban importancia. La apagamos sin esfuerzo. Ha sido una inmersión en la realidad. ¡Pero! El efecto no ha sido deprimente, sino revitalizante: al menos allí no había nada mortecino, corría (¡y quemaba!) la vida.

17.4.12

La salida de Duchamp

La hagiografía de Duchamp que practico, no sin ironía duchampiana, me lleva hoy a proponerlo como modelo para afrontar la crisis: no para salir de ella, cosa que no está en nuestra mano, sino para vivir en ella; es decir, para salir de ella estando dentro. La salida de Duchamp sería la contención máxima del gasto y un autorrecorte radical. Pero copio, como siempre, del libro de Juan Antonio Ramírez, Duchamp. El amor y la muerte, incluso; primera página:
[Duchamp] no solicitaba nada, vivió siempre con un presupuesto limitado, carecía de propiedades (fincas, automóviles, etc.), y ni siquiera poseyó una biblioteca personal. Nunca formó una familia en sentido estricto. Cuando se casó en 1954 con Alexina Sattler, ex mujer de Pierre Matisse, era demasiado tarde (eso dijo, al menos) para 'producir' descendencia biológica. Viajó mucho, siempre con muy poco equipaje, y a veces solo con lo puesto. Toda su existencia estuvo presidida por el ahorro, aunque entendido este en un sentido opuesto al de la acumulación previsora de la ética burguesa. Consumir y producir lo mínimo posible era para él una manera elegante de preservar su libertad.

16.4.12

Un Borbón en Botswana



Sobre la decadencia (¡la décadence!), he recordado estas agudísimas reflexiones que hace Nietzsche en Crepúsculo de los ídolos. Él escribe "partido", pero podría haber escrito "Rey":
El lector de periódicos dice: con tal error ese partido se arruina. Mi política superior dice: si un partido comete tales errores es porque está acabado –ya no posee su seguridad instintiva. Todo error, en sentido estricto, es consecuencia de una degeneración de los instintos, de una disgregación de la voluntad: con esto queda casi definido lo malo.
Y podría haber escrito "España"; o el nombre de cualquiera de nosotros. A continuación, Nietzsche caracteriza lo ascendente:
Todo lo bueno es instinto –y, por consiguiente, fácil, necesario, libre. El esfuerzo es una objeción, el dios es típicamente distinto del héroe (en mi lenguaje: los pies ligeros, primer atributo de la divinidad).

15.4.12

La bicicleta patafísica



Leí ayer en El País, en el artículo de Manuel Rodríguez Rivero, que ha salido una "brevísima antología" de escritos de Alfred Jarry "en torno al velocípedo":
Ubú en bicicleta. Escribe Rodríguez Rivero:
Quién me iba a decir que entre ellos encontraría el hilarante cuentecillo La Pasión considerada como una carretera de montaña (¡publicado en 1903!) en el que se describe el trayecto, a bordo de una bicicleta, que habría seguido Jesús desde el palacio de Pilato hasta el Gólgota. Incluyendo sus tres aparatosas caídas y el momento en que la reportera Verónica, con su cámara Kodak, le toma una instantánea que daría la vuelta al mundo. Todavía reverbera en las paredes de mi casa el eco poco santo de mis carcajadas.
Ese "cuentecillo", según contaba Juan Antonio Ramírez en su Duchamp. El amor y la muerte, incluso, está "seguramente" en el origen del dibujo del que tomé el nombre de este sitio. Escribía Ramírez (venía hablando del ready-made de la rueda de bicicleta):
No olvidemos que la bicicleta y el pedaleo han estado tradicionalmente vinculados a la condición masculina. En el catálogo Armes et cycles de Saint-Etienne figuraban grabados con exhibiciones de la resistencia de las bicicletas que parecen parodias de algunas ilustraciones sadianas, y no sería raro que pudiera verse un eco burlesco de todo ello en la famosa foto (con escalera y bicicleta) de los dadaístas parisinos en 1921. Está además el dibujo de Duchamp Avoir l'apprenti dans le soleil, incluido en la Caja de 1914, y que es seguramente una evocación de las Spéculations de Jarry: "De la Pasión, considerada como una carrera cuesta arriba".
La "famosa foto" de los dadaístas parisinos en 1921 es la que he puesto arriba, junto a la del mismísimo Alfred Jarry en bicicleta (a la izquierda). En el libro de Ramírez, la foto va con este pie:
Los dadaístas parisinos se divierten con una escalera-pedestal y una bicicleta. De izquierda a derecha: Hilsun, Péret, Charchoune, Soupault (en lo alto), Rigaud (colgado) y Breton, en una foto de 1921.
¡Ah, esa preciosa complicidad, a distancia, de Breton con Jarry! Uno de los textos más memorables de Los pasos perdidos es justo el que le dedica, y cuyo comienzo siempre me emociona:
Alfred Jarry se veía convertido en el futuro en un señor gordo y grave al que, ya alcalde de una pequeña ciudad, los bomberos le regalarían jarrones de Sèvres. Yo soy de uno esos jóvenes que supuestamente debían abominarle. Si vengo, después –y antes– que otros más autorizados, a rendir homenaje a su memoria, es porque los aspectos bajo los que he conseguido representármelo –yo que no le conocí– me parecen los únicos indelebles...
Las melancólicas vanguardias: van cumpliendo el siglo ya.

11.4.12

Tal para cual

Nuestros dos grandes partidos, cuyos nombres no voy a decir para no darles publicidad, no van a pactar por una razón muy sencilla: porque son iguales. Quitando un par de elementos folclóricos e intrascendentes, y quizá un remoto maticillo cromático, solo tienen un genuino rasgo diferenciador: no ser el otro. Entre ambos constituyen un paradigma binario cuyos elementos (vacíos) se definen exclusivamente por oposición. Por eso en nuestro Parlamento no hay un partido en el gobierno y un partido en la oposición, sino dos partidos en la oposición (uno de los cuales da la casualidad de que además gobierna). Que el partido A esté aquí no significa nada: solo que el partido B está allí. Y al revés. Si la diferencia entre ambos no fuera solo posicional, sino real, podrían llegar a un acuerdo y seguir siendo cada uno, dentro de ese acuerdo, diferente. Pero como son iguales no podrán pactar nunca: si lo hicieran perderían el único rasgo genuino que tienen y entonces pasarían a no ser nada. Es decir, dejarían de facturar.

10.4.12

En ochenta libros

Estoy volviendo a escuchar ahora, en los podcasts, aquel maravilloso programa que emitió Radio Nacional hace cuatro veranos: La vuelta al mundo en 80 libros. Qué cosa más bonita. Hacía tiempo que no se hacía una celebración de la lectura, de la literatura, así. Cada uno de los veinticinco audios es una joyita, hecho con profesionalidad y con amor; y con la virtud añadida (e imprescindible) de la ligereza. Una recomendación encendidísima.

9.4.12

El tiempo en Nuuk

En mi columna de gadgets climáticos le he abierto una ventanita a Nuuk, Groenlandia, que he colocado debajo de las tres ciudades españolas que sigo y encima de Río de Janeiro. Hace un frío que pela allí, y no es de día nunca (al menos, por estos meses). Mola Nuuk.





(14.4) Bueno, parece que no era noche polar, sino que estaba nublado. Después de un montón de semanas, resulta que acaba de salir el sol en Nuuk.

8.4.12

El zumo del cansancio

La diferencia entre Cristo y yo es que él resucita hoy pero yo sigo en la cruz. Eso sí: gozando. He descubierto (¡tarde!) los gozos del esfuerzo sostenido. Semana Santa de estar encerrado, en la tarea, y luego darme un paseíto por los arrabales, con el día ya tan destartalado como yo. Ese naranja crepuscular como el sudor de la jornada: el zumo del cansancio. Es un buen negocio el esfuerzo. Al final se encuentra un bienestar: una droga segregada por uno mismo y que sienta bien. No solo físicamente, sino también moralmente: hemos hecho lo que teníamos que hacer, hemos cumplido. Y terminamos en la cama cansados por el trabajo y no por la indolencia, que agota más. Señores: acaba de abrirse en Andalucía una sucursal de Alemania, y soy yo.

7.4.12

Dentro del tiempo

La cuestión es no sentir el roce del tiempo, sino estar dentro de él: no entre sus dientes, sino en su boca; no troceado, troceándose, sino tragado entero. El movimiento –la muerte– se nota por comparación: absorto en él, somos eternos. Salir del tiempo entrando de lleno en él. De lleno: sin dejar fuera nada que roce con lo que no es tiempo.

6.4.12

Año petrarquista

El año cuyo 6 de abril cae en Viernes Santo debería ser considerado año petrarquista. El 6 de abril de 1327, Viernes Santo, Francesco Petrarca cuenta que vio por vez primera, en la iglesa de Santa Clara de Aviñón, a la mujer a la que llamó Laura. "Si este era su nombre", escribe Ángel Crespo, "es algo que no podemos saber. Sí es seguro, en cambio, que la inspiradora del Cancionero no es un ente de ficción". A aquel día Petrarca le dedica su soneto III:
Fue el día en que del sol palidecieron
los rayos, de su autor compadecido,
cuando, hallándome yo desprevenido,
vuestros ojos, señora, me prendieron.

En tal tiempo, los míos no entendieron
defenderse de Amor: que protegido
me juzgaba; y mi pena y mi gemido
principio en el común dolor tuvieron.

Amor me halló del todo desarmado
y abierto al corazón encontró el paso
de mis ojos, del llanto puerta y barco,

pero, a mi parecer, no quedó honrado
hiriéndome la flecha en aquel caso
y a vos, armada, no mostrando el arco.
Según las notas de Crespo al pie de su traducción: Cristo es el autor del sol, y este está compadecido por su muerte en Viernes Santo; el común dolor es el de los cristianos en este día; barco está en su acepción de "barranco profundo". La otra traducción que tengo es la de Jacobo Cortines, que copio después del original:
Era il giorno ch'al sol si scoloraro
per la pietà del suo factore i rai,
quando i' fui preso, et non me ne guardai,
ché i be' vostr'occhi, donna, mi legaro.

Tempo non me parea da far riparo
contra colpi d'Amor: però m'andai
secur, senza sospetto; onde i miei guai
nel commune dolor s'incominciaro.

Trovommi Amor del tutto disarmato
et aperta la via per gli occhi al core,
che di lagrime son fatti uscio et varco:

però al mio parer non li fu honore
ferir me de saetta in quello stato,
e voi armata non mostrar pur l'arco.


* * *

Era el día en que al sol se le nublaron
por la piedad de su hacedor los rayos,
cuando fui prisionero sin guardarme,
pues me ataron, señora, vuestros ojos.

No creí que fuera tiempo de reparos
contra golpes de Amor, por ello andaba
seguro y sin sospecha; así mis penas
en el dolor común se originaron.

Hallóme Amor del todo desarmado,
con vía libre al pecho por los ojos,
que de llorar se han vuelto puerta y paso;

pero, a mi parecer, no puede honrarle
herirme en ese estado con el dardo,
y a vos armada el arco ni mostraros.
El Viernes Santo de aquel año en realidad resulta que cayó en 10. Pero nos quedamos con la fecha petrarquista, con la falsa.

3.4.12

Repliegue alejandrino


Gómez Losada

Me he quitado de Twitter, y ya tampoco estoy en Facebook, ni participo en ningún blog. He dejado de opinar al minuto. Al principio es como un miembro fantasma: actúa, pero nada se mueve. Obviamente, abro la prensa y me cabreo. Me cago en unos cuantos, me sulfuro; le pego un acelerón al taxi. Es un vicio infecto el de opinar. Las opiniones "con las que estoy de acuerdo" me molestan ya tanto como las contrarias. Es el conglomerado político-periodístico lo que me molesta. Hay que elevarse, pasar a otra cosa. Se impone un repliegue alejandrino: epicurear un poco. Ahora que se cumplen diez años de la muerte de Billy Wilder, he leído otra vez un chiste que solía contar en sus últimos tiempos:
–Doctor, vengo porque no puedo orinar.
–Bien, ¿y qué edad tiene usted?
–Noventa años, doctor.
–Entonces, ya ha orinado bastante.
Yo tengo la mitad de años pero es igual: ya he opinado bastante.