20.12.12

El finde

Esta vez el fin del mundo sí que nos llega en el momento ideal. Los apocalipsis anteriores se presentaban como unos aguafiestas, amenazando con cerrar el local justo en lo más divertido. Con el de mañana, en cambio, nos permitimos soñar: nos trae una promesa de eutanasia compasiva. Intuimos que el fin del mundo sí que serviría contra la crisis: acabaría con ella, junto con todo. Parece un precio razonable. Metería en cintura a nuestros nacionalistas. Eliminaría la indecisión de Rajoy, y también la amenaza de que suba Gómez o regrese Chacón. Resolvería, de hecho, todos nuestros problemas. De un plumazo. A estas alturas, la única manera de que no se acabe España es que el mundo se acabe antes.

Me acuerdo de lo que dijo Borges cuando le pidieron su veredicto sobre cierta novela: “Solo podría ser mejorada mediante su destrucción”. Aquí estamos en las mismas. Que mañana se terminase todo sería una salida honrosa. En cuestión de Humanidad, además, sería como si nos tocara el Gordo: todas las generaciones esperándolo y le sale a la nuestra. (El ángel de la trompeta vendría a ser un niño de San Ildefonso). Y además nos caería en finde, y al comienzo de las vacaciones. Siempre nos han funcionado las catástrofes que se acoplan a un periodo vacacional, así la del “largo verano” de 1936. De algún modo, sería como morirse durante el sueño. Se nos presenta la inmejorable ocasión de una blanca Navidad que sea absolutamente blanca. (¡Apuesto a que el Rey firmaría esta manera un tanto truculenta de ahorrarse su discurso!).

La verdad es que todo son ventajas. No tendríamos que soportar el nuevo disco de Álex Ubago, ni el victimismo de Mourinho (¡tan del Barça!), ni la enésima caída de la silla (¡iba a decir del caballo!) de Enrique Bunbury, ni los próximos titulares sectarios de Escolar o Marhuenda. Pero no conviene soñar. Con nuestra mala suerte, basta que el fin del mundo nos venga bien para que tampoco nos salga.



[Publicado en Zoom News]