16.11.12

La velocidad adecuada

Retroprogreso es lo que me ha pasado a mí con el tren: desde que llegó el Ave a Málaga, he tenido que volver al autobús. Yo era feliz con el tren anterior, el Talgo 200. El viaje a Madrid duraba poco más de cuatro horas y daba para todo: para leer, para ver la película, para tomarse un café en el bar, para divagar con los paisajes. Todo en la medida justa: incluso el precio, perfecto en relación con el servicio. El Ave redujo a la mitad el tiempo, pero disparó la tarifa (parece que esta fue la primera en montarse en la nueva máquina). La consecuencia es que, con la alta velocidad, mis viajes son más lentos y penosos: duran dos horas más, en un asiento más incómodo, con traqueteo y curvas y sin la posibilidad de leer, porque me mareo.

Pero tampoco el Ave, que he probado un par de veces, es lo mismo: demasiado rápido, demasiado hortera. Lo ideal era el Talgo 200. Cuatro horas es una duración que no satura. Pero, al mismo tiempo, le dejaba aire al tránsito mental. Había sensación de viaje. Incluso brotaba alguna que otra ráfaga de aburrimiento. Daba tiempo para aburrirse y, por lo tanto, para pensar; para las sedimentaciones. Uno llegaba a la otra ciudad como quien llega a otro sitio.

Era como una odisea en píldora. Una píldora con la dosis exacta. Al final te cansabas un poquito, pero ya estabas llegando. Durante unos años viví entre las dos ciudades y el Talgo 200 me otorgaba la transición justa. El efecto es que mis dos vidas alcanzaron a ser distintas, complementarias. Ahora en mi recuerdo es como si hubiera vivido el doble. O el triple: porque mi vida en el Talgo 200 tiene sus perfiles propios. Una vida de lectura y de música, con el paisaje pasando. Una habitación con vistas que se mueven.

Aunque también aparecían los monstruos en aquel viaje. Eran los tipos, con pintas de tratantes de ganado, que iban haciendo sus negocios por el móvil. Si te tocaba uno cerca, se acabaron los placeres. Pertenecían a la estirpe que ha dominado el país en los últimos lustros: ese conglomerado de constructores y políticos que ha sido el que ha liquidado los eficientes Talgos 200 para imponer los pretenciosos Aves; es decir, el que nos ha devuelto a muchos al autobús. Mirado con perspectiva, tenía algo de invasión bárbara: allí estaban, dentro del civilizado recinto, pero horadándolo. Mientras el tren proseguía su apacible marcha, ellos ya habían empezado a sacarnos de él.

[Publicado en Jot Down, especial en papel 1]