24.8.12

Odio africano

He tenido muchas trifulcas en internet, pero aún no me había asaltado la masa. Es una sensación interesante. Pero no voy de víctima, sino de disfrutón, porque me lo he pasado teta. ¡Al fin ocurre algo, aunque sea en mi contra! No es que yo admita las críticas, es que las celebro. Mis artículos son faltones, porque (¡aunque mi ideal sería la matización infinita: un perpetuo sfumato de la afirmación hasta que se quedase en nada!) me pierde el gusto por las strong opinions a lo Nabokov o el arte de la exageración a lo Thomas Bernhard. No pretendo decir con ello que me alcancen los brillos de estos dos maestros, sino apenas que me refocilo en sus tics. Mis artículos, digo, son faltones, de manera que se merecen críticas igualmente faltonas. Lo que quiero hoy, pues, no es tacharlas, sino hacer una reflexión al paso.

Es sobre ese automatismo inquietante de denostar a UPyD, o de señalar como esbirro de ese partido a todo aquel que se salga del ping-pong sectario o cuyo discurso recuerde, más o menos, a lo que UPyD propone. Aquí opera un delicioso mecanismo de proyección: como el personal suele estar atornillado a lo que vota, y mantiene su adhesión inquebrantable haga lo que haga el votado, da por hecho que el resto de los votantes funcionan así. No concibe que el voto pueda no formar parte de la identidad del que vota, o sea algo relativo y cogido con alfileres; algo que uno pueda (llegado el caso) abandonar. Mi relación con UPyD es esta: es un partido al que voto por el momento, pero al que no pertenezco ni con el que me identifico, y al que calculo que algún día dejaré de votar (para volver al voto en blanco, que es mi salsa).

Estoy al tanto de las sombras de UPyD, porque tengo amigos que conocen sus interioridades, y hay cosas en sus manifestaciones públicas que no me gustan: el personalismo, ciertas purgas internas, ciertos dejes populistas o la tendencia a decir justo lo que puede recabarle determinados votos. Pero estos defectos los comparten los demás partidos; son justo eso: defectos de partido. Son defectos que deploro, y por eso no pertenezco a ningún partido. Lo que llama la atención es, entonces, ese plus de odio que hay hacia UPyD. En las críticas que me hicieron (en Jot Down, en Facebook y en Twitter) parecía que bastaba decir “UPyD” para que fuera un insulto. Pero si los defectos de UPyD los comparten los demás, me temo que lo que irrita son sus virtudes: el principio de racionalización que propugna, que pisa tantos oscurantismos.

Al fin y al cabo, estamos en España. Y este era el centro de mi crítica en el artículo anterior: no nuestros comunistas, sino la mentalidad española; o nuestros comunistas en tanto representantes también de la mentalidad española. Algo que, a modo de bonus track, se ejemplificó con creces en los comentarios.

Uno de los grandes problemas de nuestra izquierda es que sigue demasiado a Franco en lo que este entendía por “España”. En teoría es para oponerse a ello: pero, como da por bueno ese punto de partida, no hace más que recorrer el mismo callejón. Acarreando, como no podía ser menos, los peores vicios españoles (presentes en Franco pero anteriores a Franco): desde el impulso inquisitorial a la obsesión por la pureza de sangre, pasando por el gregarismo, la picaresca y la beatería; esa agitación de monjitas escandalizadas en cuanto se blasfema. También, naturalmente, el odio africano.

He dudado si emplear esta expresión, porque me desagradaban sus connotaciones despectivas hacia nuestros vecinos del sur. Hasta que me he dado cuenta de que, cuando decimos “odio africano”, entendemos perfectamente que hablamos de españoles. Algo normal, teniendo en cuenta que, en efecto, “África” empieza en los Pirineos. Y acaba en el Peñón.

[Publicado en Jot Down]