9.4.11

Los días previos



Uno de los balances del zapaterismo es que yo antes no me imaginaba cómo se habían estado matando nuestros abuelos y ahora me lo imagino perfectamente. Atisbo las balas agazapadas tras las torticerías. No se llegarán a disparar, al menos no a mansalva; pero están ahí. La quiebra se produciría si se alcanzase una masa crítica de energúmenos cargados de razones (energúmenos "de uno y otro bando", por supuesto: a los gritones ya los conocemos, pero hay un modo suavón de estar "cargado de razones" –el modo mismo zapaterista– que exhibe un aspecto lanoso mientras por debajo todo son pinchos, juego sucio).

La otra noche fue terrible: cóctel de historia y fiebre. El libro sobre el asesinato de Calvo Sotelo me pareció un gran libro: es de Ian Gibson pero lo encontré objetivo, no tendencioso. La República parece el escenario de un teatro en que casi todos están representando otra obra: los izquierdistas la de la Revolución, los derechistas la del Fascismo. Si al final los izquierdistas se quedan combatiendo por la República es porque no tenían otra cosa anterior; los derechistas sí: la, así llamada, España tradicional. Lo único inocente allí era la "legalidad republicana" y los pocos que creían en ella, sin fanatismo ideológico. La República era lo único genuinamente prometedor: y quizá por eso se encontró sin futuro.

Los días previos a la guerra civil dan escalofríos, porque ya eran de guerra civil. En el libro de Gibson aparecen muchas de mis calles madrileñas asociadas a crímenes o altercados: Augusto Figueroa desembocando en Fuencarral, que fue donde asesinaron al teniente Castillo; Miguel Ángel, Lagasca, Velázquez (de donde se llevaron para matarlo a Calvo Sotelo). En Málaga, mi amigo el psicoanalista Antonio Nadales lleva tiempo preparando un libro sobre la guerra civil en la ciudad, con decenas de testimonios de los últimos supervivientes. Cuando paseamos es frecuente que me señale un rincón donde se produjo un crimen. Hace un decenio también paseé con mi amigo Losada por Madrid buscando restos de disparos en las paredes. Recuerdo que llegamos a la Puerta del Sol con esta idea: al focalizar, todo se desvaneció en torno y aparecieron solo los muros como pieles de leopardo.

Aquella mañana estuvimos en el primer piso de La Mallorquina, que ahora veo en esa foto del libro de Gibson. Es de principios de 1936, antes de las elecciones de febrero que ganaría el Frente Popular. El cartel electoral de la Ceda de Gil Robles, tan fascista. El propio Calvo Sotelo era un fascista impresentable. Unos vivieron y otros murieron, pero todos se esforzaron por una España peor.



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PS. Viene como un guante el artículo de hoy de Arcadi Espada: "Toda esa apoteosis humana que el uso de la llamada 'memoria histórica' reduce y abrasa como cepillo de carpintero".