15.3.09

Idus de marzo



Cuando terminé de ver Roma, hace unas semanas, releí la parte de la Historia de Roma de Indro Montanelli correspondiente al periodo que abarca la serie. Volví a maravillarme con el libro: ahí está todo. Ése es el verdadero "fin de la Historia" de Fukuyama: no hay nada más. Como mucho, repeticiones sofisticadas. Esta vez me fijé en la pincelada periodística de Montanelli. Tiene mucho efecto encontrar esa pincelada en el relato de un suceso de hace más de dos mil años. Así cuenta, por ejemplo, lo que pasó justo después del asesinato de César:
Cayó cosido a puñaladas al pie de la estatua de Pompeyo que él mismo había hecho colocar allí, y ante la que solía inclinarse al pasar. El golpe dejó asustados y vacilantes a los mismos que lo habían dado. Agitando el puñal ensangrentado, Bruto lanzó un retumbante vítor a Cicerón llamándolo "Padre de la Patria", e invitándole a pronunciar un discurso. Aterrado ante la idea de verse mezclado en aquel suceso y advirtiendo la inoportunidad de toda retórica, el gran abogado quedóse, por primera vez en su vida, sin habla. Marco Antonio entró en la sala, vio el cadáver tendido en el suelo y todos esperaron de él un estallido de ira vengadora. En cambio, el "fidelísimo" calló y salió silenciosamente. Fuera, la muchedumbre se apiñaba inquieta por la noticia que ya había comenzado a circular. Atemorizados, los conjurados se situaron en el portón y alguno de ellos trató de explicar lo ocurrido justificándolo como un triunfo de la libertad. Pero la palabra no ejercía ya ninguna fascinación sobre los romanos, que la acogieron con amenazadores murmullos. Los conjurados se retiraron, atrincherándose en el Capitolio y poniendo de guardia a sus esclavos armados; luego, mandaron un mensaje a Marco Antonio para que acudiese a sacarles del apuro.
Hay también finísimas observaciones psicológicas. Esto dice sobre César antes de la conspiración:
Tal vez en esta magnanimidad había también un poco de desprecio por los hombres: característica que casi siempre acompaña a la grandeza. Y tal vez en ese desprecio reside también la razón de su absoluta indiferencia por los peligros que le amenazaban. No podía ignorar que en torno a él se complotaba y que la generosidad es un estimulante, no un sedante, del odio. Pero no consideraba lo bastante valerosos a sus enemigos para atreverse.
De lo que no habla Montanelli es de esa sugerente secuencia en que una nodriza amamanta a César muerto (imágenes que capturé y he colgado arriba: la teta sobre el cadáver; la leche en la comisura.).