8.9.07

La actualidad como relato

Voy a ensayar yo también (a lo teatral, y a lo Montaigne) esta fórmula que se está imponiendo en el Nickjournal de ofrecer pildoritas más o menos engarzadas.

La rabiosa actualidad.— La actualidad como ente. Es un auténtico bicho. Rabioso: lo de "la rabiosa actualidad" es una acuñación exacta. Pero la actualidad es uno de esos fantasmas (perfectamente berkeleyanos) que desaparecen en cuanto uno deja de mirarlos. Eso ocurre en los días de apagón informativo. Uno pretende liberarse, ante todo, de una ansiedad. Justo esta que señala Jünger en La emboscadura: "La simple necesidad que la gente siente de absorber varias veces al día noticias es ya un signo de angustia; la imaginación gira y gira y de esa manera va creciendo y paralizándose. A lo que se asemejan todas esas antenas que hay en las ciudades gigantescas es al cabello erizado." Borges, otro intempestivo, decía que "el periodismo se basa en la falsa creencia de que todos los días sucede algo nuevo". En realidad, siempre sucede lo de siempre. El énfasis en la novedad (en la noticia) es un rasgo plebeyo. Siempre me hizo gracia aquella epiquilla a lo Lou Grant por dar la primicia; todas aquellas puñaladas y correteos del "periodista de raza". Como el bueno de Alejo García, llegando desfondado al micrófono para dar la noticia de que había sido legalizado el PCE. Lo de Alejo, ahora que lo pienso, es una buena metáfora: llegar al micrófono sin voz, por las prisas. La actualidad completamente esfumada en la precipitación.

El relato de la jornada.— Desde que el periodismo se convirtió en carrera universitaria no puede decirse que haya mejorado su calidad; pero sí que los periodistas tienen ya también su jerga académica. Todas aquellas monsergas sobre "el relato informativo" que nos daban en la Facultad de Ciencias de la Información. Se ha llegado a extremos grotescos, como el de ese presentador de telediario que al despedir suelta el latiguillo de "este ha sido el relato de la jornada". Podría pensarse que ese desvelamiento de la actualidad como relato tuvo un origen ilustrado, algo así como un paso más en el desenmascaramiento de las "astucias de la imaginación" para dar gato por liebre. Lo coherente hubiera sido, entonces, esmerar la higiene y los cuidados; estar más atentos ante las falsedades que se colaban, justamente para que se dejasen de colar. Pero ha ocurrido justo lo contrario: lo del "relato de la actualidad" se ha tomado como coartada para que cada uno arme, en efecto, el relato que más le interesa. Tiene cierta equivalencia con el dostoyevskiano "si Dios no existe, todo está permitido". La reacción antirrelatística de los nuevos defensores de la objetividad, como Arcadi Espada, parece a veces nostálgica de los tiempos en que Dios (sive La Verdad) existía. Pero es más sofisticada: la melancolía por las debilidades de la razón y los agujereamientos de la verdad no debería servir para lanzarse desbocadamente por los paraísos de la ficción; sino, más modestamente, para cortarse un poco. Para caminar con las precauciones del que sabe que va por terreno movedizo.

Faltan elementos narrativos.— En cualquier caso, puestos a aceptar la actualidad como relato, se pediría al menos cierta coherencia narrativa; cierto equilibrio a la hora de presentar los hechos y los personajes. Pero no. Abundan el escamoteo y la elipsis, vacíos que intentan ser cubiertos con brochazos propagandísticos. El "relato de la actualidad" es, en efecto, el "relato de la jornada": la flor de un solo día. Una planta flotante, a modo de nenúfar, cuando el pasado desmiente el interés actual del medio en cuestión; o una planta bien arraigada cuando el pasado le conviene. En la Cope y en la Ser se aprecia con frecuencia. Ante una afirmación de ZP, por ejemplo, que esté en contradicción con otra suya anterior, nos encontraremos en la Ser con un abrumador silencio con respecto al pasado; mientras en la Cope echarán mano exhaustivamente de hemerotecas y archivos sonoros. Actitud que se invierte cuando es una declaración de Rajoy o de Aznar la contradictoria: silencio abrumador en la Cope y hemerotecas y archivos sonoros a punta pala en la Ser. Los documentalistas de una y otra emisora son galeotes que han demostrado que saben remar... pero sólo lo hacen cuando el patrón les azuza. Este uso a conveniencia del pasado (de todo el material narrativo que constituye el pasado) resulta más descarado cuando se trata del pasado recentísimo: apenas el del día anterior. Recuerdo, por ejemplo, cuando la Comisión del 11-M. Aznar había estado un montón de horas declarando y los tertulianos de la Cope se felicitaban de su fortaleza y añadían: "A ver mañana lo que aguanta ZP. Ese a la media hora ya está fundido". Pues bien: al día siguiente ZP estuvo declarando más tiempo aún que Aznar... y aquellos mismos tertulianos ya no dijeron ni mú al respecto. Faltan continuamente, en uno y otro bando, elementos narrativos. Apenas se oyen frases como "a pesar de que ayer dijimos esto, hoy ha ocurrido esto otro". No hay elementos de enlace, ni confesión de fallas, ni titubeos. Todo es una insistente, incesante adición.

Indicios audiovisuales.— El espectador de la actualidad no percibe realmente la actualidad, sino lo que los medios le muestran de ella. El espectador no tiene acceso a las fuentes y puede que tampoco sea muy ducho a la hora de aclararse con el aluvión de datos que le caen encima. Pero cuenta con un elemento secundario que puede permitirle sacar ciertas conclusiones: el de los "indicios audiovisuales". Éstos son aquellos elementos de la realidad que se cuelan en bruto en los medios, sin elaboración. Mejor dicho: aquellos elementos que, siendo audiovisuales, nos permiten hacernos una idea de lo que se está cociendo en la trastienda. La ventaja de los indicios audiovisuales es que, a diferencia del acontecimiento en cuestión, a ellos sí los conocemos de primera mano. Son esquirlas audiovisuales de la realidad, por decirlo así: esquirlas que alcanzan directamente al espectador. Pondré dos ejemplos. Yo no si Felipe González organizó los Gal o estuvo al tanto de los mismos. No he tenido acceso a las fuentes y, ciertamente, soy incapaz de manejar los datos que se ofrecieron al respecto. Pero, como espectador audiovisual, sí vi a Felipe González defendiendo con argumentos dudosos, y excusando, a los implicados en los Gal: lo que me pareció de una gravedad suficiente. Tampoco si el Gobierno de Aznar mintió durante el 11-M. Pero, como espectador audiovisual, vi a Acebes cerúleo y sudoroso en las ruedas de prensa de aquel día: con un nerviosismo que no parecía sólo el del que está "abatido por la catástrofe" o "superado por los acontecimientos".

El relato como actualidad.— Hay otra forma de contemplar el relato de la actualidad. Y es la de contemplar el relato en tanto actualidad: contemplar el relato en tanto trozo de realidad que se nos ofrece. El espectador no se encuentra primeramente ante la realidad de la actualidad, sino ante la realidad del telediario. Ante la noticia de un terremoto, ¿cuál es la realidad principal a la que estamos asistiendo? No al terremoto en sí, que nos llega como relato y no como realidad. Sino más bien a la realidad de la presentadora maquillada que nos lo cuenta, que normalmente sonríe a pesar de la catástrofe. Y sonríe (su sonrisa es más real en ese momento que las ciudades desmoronadas) por dos razones: porque el terremoto, al fin y al cabo, le ha animado el telediario, en especial si es verano o finde; y, sobre todo, porque la presentadora en cuestión está trabajando, porque acabó Periodismo y logró abrirse paso en la jungla y ahora está con curro y colocada en la tele, cosa que le produce una explicable satisfacción. Puede apreciarse que cuanto más crudo se pone el mercado laboral para el licenciado en Ciencias de la Información, más sonríen los presentadores de telediario, por bestial que sea la catástrofe. De unos años a esta parte, prácticamente lo cuentan todo a carcajadas.

[Publicado en Nickjournal]