29.12.06

Escalera en eses



Una escalera para bajar o subir, sin bicicleta o con la bicicleta al hombro, desnudo o vestido -o vestido para desnudarse (en cuerpo y alma), o desnudo para vestirse. En eses, por supuesto.

27.12.06

Esplendor femenino (2)

Señala mi amigo el filósofo Horrach otro pasaje de La escafandra en que "Llop se refiere a la impermeabilidad ctónica de las mujeres". Lo cuelgo para que así quede completado el cuadro (aunque a mí esta otra cara me parece igualmente esplendorosa):

Las mujeres son impunes y salen indemnes de la situación más difícil. Una mujer puede frecuentar cualquier ambiente sin contaminarse con sus defectos: todo lo más temporalmente; después, una ducha y ya está. Sólo el amor la condena, arrastrándola hasta donde haga falta: hasta la ausencia de límites si es necesario.

Y aprovecho para recomendar el blog que Horrach ha abierto hace poco. No se pierdan sus consideraciones acerca de "La mujer ctónica", sobre la que está convirtiéndose en nuestro máximo experto.

26.12.06

Esplendor femenino



En La escafandra, el dietario de José Carlos Llop que ando leyendo estos días, encuentro esta anotación sobre la mujer que "ronda la mitad de la treintena". La copio como homenaje navideño a las que tienen esa edad, a las que la tuvieron... y a las que van a tenerla.
Hay una edad en las mujeres –ronda la mitad de la treintena– que las convierte en sujetos de una metamorfosis esplendorosa. Le han tomado ya el pulso al mundo y se han dado cuenta de que ese mundo es suyo: basta con que le echen el ojo. Se saben capaces de todo, poderosas; lo que no les interesa, ni lo ven, y la vida que han tejido a su alrededor da la impresión de que les viniera pequeña. Es el momento del gran salto. Si lo dan, piensan, serán más felices; más infelices si no. Tal vez sea la única equivocación de ese momento: la felicidad no viene por ahí. Pero es un placer verlas caminar, verlas mirar, observarlas mientras están sentadas y charlan entre ellas... Porque ese esplendor femenino nos habla de una visión apasionada de las cosas, cuando nada se mide en términos de nada que no sea la vida en estado puro y sin atadura ninguna.

24.12.06

Heridas navideñas

Félix Bayón
Las Navidades sólo sirven para hacer recuento de bajas. Y este año, naturalmente, falta Bayón. El pasado nos acribilló a mensajillos de móvil, que eran muy de su gusto. Le encantaba poner en circulación todos los que recibía. E inventarse otros. Estaba muy travieso con el boicot al cava y a los "productos catalanes". Yo le escribí: "Estoy seguro de que te cambiarás a una editorial que no sea catalana, ¿no?" Y me respondió: "¡Hombre, tampoco hay que ser un extremista!". El boicot no era más que un juguetito, como todo lo demás. Como el juguete de la verdad, por ejemplo, del que estaba enamorado. Hace poco me enteré de una putada que le hicieron (eso sí que fue un boicot) una política con poder y un, así llamado, empresario de la comunicación. Desde entonces me cabreo cada vez que veo aparecer las jetas de esos dos en una foto. Soy, y quiero ser, deliberadamente injusto con ellos. Vengativo. Pero la semana pasada leí una columna antigua de Bayón en que mencionaba a esa política. Era un matizado elogio. El artículo era posterior a la cabronada, pero Bayón había sabido mantenerse objetivo y se había referido a esa mujer sin saña, ciñéndose a los hechos que trataba ese día. Ese gesto me emocionó. Me emocionó con rabia, porque estaba lleno de belleza y de justicia. Y porque indicaba, sin duda, el camino que hay que seguir.

Pero estamos en Navidad. Cuelgo otro artículo de Bayón: el de hace justo un año en el Málaga Hoy. Para tenerlo en Nochebuena.

Heridas navideñas

Hace unos años pasé la Nochebuena en las urgencias de un hospital. En contra de lo que es habitual, había muchos más médicos y enfermeros que pacientes. La calma se prestaba a las confidencias y pregunté si esperaban una noche difícil. Yo pensaba en accidentes de tráfico, broncas familiares acabadas en agresiones, comas etílicos y cosas así. “No”, me dijo un enfermero, “las noches de Navidad son muy tranquilas, apenas viene nadie. Hay un momento malo, eso sí, alrededor de las ocho o las nueve de la noche. A esa hora están acabando de preparar la cena y hay mucha gente que nos viene con heridas en la mano. El cuchillo jamonero, ya sabe”.

Yo no sabía. A mí los objetos hirientes y punzantes siempre me han provocado repelús y he procurado alejarme de ellos. Quién nos iba a decir que el jamón, ese tótem gastronómico que ha sustituido en nuestra época de abundancias al modesto pollo con el que soñaba el Carpanta de la autarquía, provocase víctimas colaterales. Hasta aquella noche en urgencias, había conocido sólo tres accidentes navideños y ninguno tenía que ver con el jamón. Sé de quien se destrozó una mano tratando de partir un turrón de desafiante dureza, de un colega –prácticamente abstemio, para más inri- que estuvo a punto de perder un ojo a cuenta de un enérgico tapón de champán y de dos golden retriever de un viejo amigo que murieron de peritonitis después de comerse las bolas de cristal de un árbol de Navidad.

Desde entonces, vengo observando que hay bastante gente que tiene una cicatriz en la base del dedo pulgar de la mano izquierda. Son todos víctimas del cuchillo jamonero y me los imagino como miembros de una secta secreta. Es una cicatriz que debe de unir mucho, como unía aquella marca en la mejilla que lucían muchos jóvenes alemanes del comienzo del siglo pasado que, en el gimnasium, se habían batido en duelo a primera sangre como sistema de iniciación a la tribu caballeresca.

Un día, comiendo con dos maravillosos amigos que son a la vez excelentes escritores, observé que ambos pertenecían también a la misma secta secreta. Las cicatrices en la base del dedo pulgar de la mano izquierda no dejaban lugar a dudas. Se lo hice notar y ambos relataron sus accidentes con el orgullo con el que las primerizas cuentan sus partos difíciles. En ambos casos, eso sí, la herida se había producido en un día cualquiera, no en una noche de Navidad. Ya saben ustedes lo exquisitos que son los intelectuales.

Nada rencorosos con el jamón, a mis dos amigos les divertía la historia de los accidentes que habían estado a punto de desangrarlos y que acabaron con una visita al hospital y un montón de puntos de sutura. Gente de éxito pero de inmensa candidez, parecían ignorar su pertenencia a un oficio en el que abundan las envidias. Yo en su lugar, si me preguntaran por la cicatriz, diría que me había herido abriendo una lata de chopped.

17.12.06

Microrrelato sentimental

En verano pasábamos por plazas con turistas. Rehuyendo sus cámaras, decías: "¿Cuántas nos habrán sacado, y no lo sabremos nunca?". Yo te abrazaba, porque me hacía gracia que nos viesen en Tokio detrás de un japonés sonriente. Ahora, que es invierno, pienso que ahí sí seguimos juntos: en álbumes de fotos extranjeras, en un segundo plano, para desconocidos.

[2002]

16.12.06

El morbo de las listillas

Eso es algo que va a perderse con las cuotas: el morbo de las listillas. Esas mujeres adorables que mandaban por méritos propios. Habían tenido que esforzarse más que los hombres (del mismo modo que las de cuota tendrán que esforzarse menos), pero precisamente por ello constituían una auténtica aristocracia. Algunas no tuvieron más remedio que virilizarse en exceso, y son las que menos me gustaban. ¡Pero ah, las que se habían mantenido femeninas en medio de la jungla o el mar de tiburones! ¡Qué mujeres maravillosas! ¡Y se las veía tan contentas! Ahora mis queridas listillas, que pisaban con paso firme y tenían una autoestima a prueba de bombas, porque daban por hecho que su puesto era una expresión suficiente de su valía, se verán expuestas con las demás a la insidiosa pregunta: "¿Pero ésa, es de las de cuota?". La conjura de los necios sigue su curso...

15.12.06

Ideas empezadas

Lo primero que llama la atención en las columnas de Arcadi Espada es que comienzan in medias res. In medias res intelectual: con las ideas empezadas. No las vemos surgir ni arrancar pesadamente, sino que vienen ya en marcha, lanzadas a una enorme velocidad: como meteoritos que enseguida se estrellan en nuestro cerebro. Y lo hacen repetidas veces, en un juguetón chisporroteo: creo que Arcadi Espada es, hoy por hoy, el único periodista español capaz de producir orgasmos múltiples (también intelectuales, claro está).

Es conocida la frase de Ortega de que "la claridad es la cortesía del filósofo". Ahora esa cortesía se ha vuelto un lujo, porque lo es la sintaxis: para el filósofo, para el periodista, para el escritor y para cualquiera que trabaje con palabras. Es más necesaria que nunca, pero no basta. Se impone una cortesía mayor: lo que podríamos denominar el gasto neuronal. El índice de ideas que el escritor tiene a bien ofrecernos por página. Por ceñirnos al periodismo, resultaría interesante hacer la prueba de recolectar un montón de columnas del día y tratar de averiguar cuántas ideas contienen. Nos llamaría la atención la poca cortesía de nuestros columnistas, al punto de que ya nos daríamos con un canto en los dientes si encontrásemos una sola idea por columna. Y en estos casos, aún debemos resignarnos a seguir el cansino ritual: la presentación de la idea, su justificación a propósito de algún asunto de actualidad, sus esbozos de formulación, su estiramiento, sus coletazos y secuelas e incluso su defunción (por lo general, dentro de la misma columna). Al periodismo español le pasa lo que a las teleseries españolas (pongamos las de Milikito): su mecánica consiste en un estiramiento inane con el único objeto de rellenar un espacio, que normalmente sale muerto y sin electricidad. Uno puede dormitar durante la emisión o ausentarse para hacer sus necesidades (incluidas las amorosas), que nunca perderá el hilo. El hilo sigue siempre allí, parmenídeo, rocoso, indestructible durante la hora entera; sólo animado, si acaso, por la interrupción oxigenadora de los anuncios. Tomemos, en cambio, un capítulo de Los Simpson: traten de llevar la cuenta de las ideas que surgen a cada segundo y perderán (esta vez sí) el hilo famoso. Pues bien: Arcadi Espada, sin llegar a esos niveles epilépticos de intensidad, está más cerca de Los Simpson que de Milikito. La diferencia resalta de un modo casi ofensivo: es el que tiene dos ojos en el país de los tuertos (en el que también, ay, abundan los ciegos).

Las columnas de Arcadi Espada, así como las anotaciones de su blog, son un vibrante río de Heráclito. O mejor dicho: son el puente por el que nos asomamos al río de su pensamiento. Como dije al principio, se trata de un pensamiento que ya viene activado, y que atraviesa la página sin que le veamos nacer y morir: como un torrente. La metáfora acuática no deja de tener su pertinencia, incluso física: el propio Arcadi Espada contaba en el prólogo de sus Diarios 2004 que la meditación acerca de lo que va a escribir se produce "bajo la ducha". Nietzsche, al que sólo le parecían saludables los "pensamientos caminados" (y que detectaba nihilismo en las muchas horas que Flaubert pasaba sentado en su escritorio), tendría algo que decir al respecto. Por los resultados, podemos suponer que esa ducha asea y dinamiza la mirada de Arcadi Espada sobre la actualidad. Después, no sabemos si aún en albornoz (habría que ser Pilar Urbano para saberlo), se impone la "escritura rápida".

La originalidad de su punto de vista es un hecho: nadie dice lo que él dice, ni señala los matices que él señala. Salvo excepciones, los columnistas no dicen nada. Cuando dicen algo, suele ser un tópico (partidista). Y cuando no es un tópico, es porque ofrecen nueva munición contra el enemigo (igualmente partidista). Estos últimos son los más brillantes: pero siguen dejando mucho que desear. Un columnista como Arcadi Espada es todo un acontecimiento en el periódico. Un acontecimiento intelectual, pero también climatológico: despeja la atmósfera y refresca el ambiente. Baste echarle un vistazo a sus tres últimas columnas de El Mundo (en el momento en que escribo): nos encontramos con una razonada crítica a la mirada que María San Gil le dedicó al terrorista Txapote en un juicio (cuando todos la celebraban), una reflexión sobre la comida rápida a propósito de las intenciones gubernamentales contra una hamburguesa (bueno, hay que reconocer que aquí es más original el Gobierno) y una defensa atea de la Navidad.

La variada y matizada singularidad de su discurso tiene como referente inmediato la variada y matizada singularidad de la realidad. Una tarea como la suya tiene dos momentos: la captación de lo real y su encauzamiento intelectual mediante el lenguaje; lo que a su vez requiere dos higienes previas: una higiene de la mirada y una higiene de la expresión. Entre las dedicaciones de Arcadi Espada se encuentran por ello la reflexión sobre lo que impide la visión correcta de la realidad y la reflexión sobre las taras de la expresión que falsean el lenguaje. Resulta llamativo cómo ha rescatado para el periodismo, con desparpajo, esos elementos que la filosofía y la literatura habían manoseado hasta dejarlos inservibles. Y ha tenido además la astucia, para que su empeño sea moderno, de buscar la alianza con la ciencia y las nuevas tecnologías (fundamentalmente internet). De este modo algunos, leyendo a Arcadi Espada, nos hemos reencontrado inesperadamente con esas dos viejas conocidas que dábamos por muertas: la realidad y la capacidad del lenguaje para decir la verdad.

Y de paso se han vuelto más acuciantes nuestras duchas: porque estamos deseando salir de ellas para ver qué nuevas ideas nos ha puesto hoy por delante Arcadi Espada.

[Publicado en Kiliedro]

7.12.06

Prosas apátridas

Un lector de este blog (¡preciada especie!) me manda un pasaje de Julio Ramón Ribeyro en que éste manifiesta su admiración por los diarios de Jünger. No me la había imaginado, a pesar de que me gustan mucho estos dos autores, y precisamente como diaristas. La anotación, escrita el 24 de agosto de 1957, pertenece a La tentación del fracaso:

Lectura de Ernst Jünger, de su admirable diario 1939-1940. Resolución de adquirir la continuación del mismo, de reunir informaciones en torno de su persona. Personalidad cautivante, prosa de gran artista. Detalle: es un diario donde no se habla de sí mismo. O mejor: habla de sí mismo pero sin coquetería, con la misma frialdad con que describe las más espantosas escenas de destrucción de la última guerra.

El mismo lector me copia también esta otra (del 30 de septiembre), en que vemos a Ribeyro en esa actitud suya anti-boom, que es la que le hará sobrevivir a casi todos los escritores del boom:

Ayer y hoy vanas tentativas por escribir. Interrumpí tres relatos a las pocas líneas. Impedimento de siempre: dificultad de abordar el tema con una actitud tal que permita un estilo denso, rico en materia verbal. Voluntad de eliminar el diálogo para evitar la teatralidad. Proyecto irrealizable de un relato largo donde no sobre una palabra y tan intachable que su existencia aparezca como necesaria.

La tentación del fracaso es un libro que leí sólo a trozos, y por eso desconocía esa alusión a Jünger. El que más me gusta de Ribeyro, desde su título envidiable, es Prosas apátridas. En tanto retomo mis anotaciones brasileñistas (¡a ver si mañana me pongo!), rescato los pasajes de mi diario en que menciono a Ribeyro (no sin tomarme con ironía estas tareas de secretario de mí mismo):

* * *
(9-I-1992) Hoy, nada más despertarme, dudas, vacilaciones. Para sobrellevar la mañana he llamado a Curro y hemos estado tomando cerveza y recorriendo librerías de viejo antes de almorzar. He encontrado un libro que llevaba mucho tiempo buscando: las Prosas apátridas de Julio Ramón Ribeyro.
.....Por la tarde he alternado dos películas en la tele, Teresa de Jesús y Los Caifanes, mientras me tapaba en la cama como un enfermo. Luego he empezado La vita nuova de Dante, pero he dejado de leer al cabo de un rato: no porque no me interesara, sino porque sencillamente no tenía ganas de concentrarme. He estado perdiendo luego el tiempo en no sé qué y por último he abierto el libro de Ribeyro, que sí he leído de un tirón, sin esfuerzo: sus palabras se ajustan enteramente a lo que soy ahora.

Ayer olvidé mencionar al gato que se me acercó pidiendo alimento en la Alameda. Me detuve unos segundos a mirarlo, sin poderle dar nada. Luego me marché y no lo he recordado hasta ahora. Cada día hay muchos acontecimientos así, como ese gato, que se nos escapan y, al no ser anotados, nunca más recordaremos.

(5-XII-1994) Noticia de la muerte de Julio Ramón Ribeyro. Esta tarde curiosamente, antes de saberlo, he estado a punto de llevarme al trabajo sus Prosas apátridas. Siempre se habló de su mala suerte: ahora ha ingresado en la muerte de un modo tímido, callado; llevaba ya polvo en el traje. He oído por primera vez su voz en la radio. Tristeza, pero una tristeza dulce, delicada, reticente: como era él.

6.12.06

Zenobia es Pulpillo!!!



He hecho un descubrimiento acojonante: Zenobia, la legendaria esposa de Juan Ramón Jiménez, es Pulpillo, el concursante ese de Gran Hermano de tan singular morfología. Yo creo que es una excelente noticia para cualquier poeta español actual que quiera ir encaminando sus pasos hacia el Premio Nobel: sólo tiene que casarse con Pulpillo. Y seguro que eróticamente hasta encuentra más chicha.