15.3.24

Indiferente como un caballero

[La Brújula (Opiniones ultramontanas), 3:52:22
 
Buenas noches. No sé si alguien se acuerda ya de José María Álvarez, pero es uno de esos poetas, no muy frecuentes, que conquistan lectores en cuanto se acercan a sus versos. Pasa también (me pasó a mí) con nuestro Jaime Gil de Biedma o el mexicano José Emilio Pacheco. Los tres son poetas que enganchan. José María Álvarez, nacido en Cartagena y a punto de cumplir ochenta y dos años, fue uno de los Nueve novísimos poetas españoles de la famosa antología de 1970. Sus poemas, vitalistas y culturalistas, llenos de viajes, se recogen en un libro de 700 páginas que es un lujo y que además es gratis, porque José María Álvarez regala el pdf en su página web. Basta poner en Google el nombre del autor y el título: Museo de cera. Sobre este título se hizo una broma. Como el libro y cada uno de los poemas llevan más citas, querido Latorre, que tu admirada Moby Dick, se dijo que, en vez de Museo de cera, debería haberse titulado Casa de citas. Me hace ilusión traer a José María Álvarez a la radio porque en la radio fue donde lo descubrí. Solía llevarlo El Loco de la Colina, a entrevistarlo y a que recitara sus versos. El poeta tenía una voz mejor que la mía y era más tarde que ahora, ya entrada la madrugada, pero quiero terminar con el primer poema, breve, de Museo de cera, que invita al coraje y la transgresión. Dice así: 
Descanso sin bajarme del caballo 
El calor destroza cuanto se ve 
Ante mí la Frontera 
Una voz me dice no cruces nunca esa Frontera 
Fumo un cigarro 
Sacudo mi uniforme de 35 campañas 
Indiferente como un caballero 
Que lo ha perdido todo y no espera ganar nada 
Cruzo el río.

14.3.24

La última copa, la del desprecio

En las teorizaciones sobre el columnismo no se suele contemplar una función que también cumple, junto con el análisis o el comentario de la actualidad: la plasmación, la transmisión de un estado de ánimo. Acompañar en el sentimiento a los lectores, en este duelo perpetuo de la historia en marcha. La vida nos va en ella, se nos va a veces.

El ánimo en este marzo es derrotista. Al menos entre quienes –españoles raros– hemos puesto por encima siempre los aspectos formales de la democracia, el Estado de derecho, el pluralismo, y nos hemos acogido, con mayor o menor entusiasmo según las épocas, al llamado patriotismo constitucional, suscitador de risitas entre los españoles que no son raros. Predomina lo contrario de lo que quisimos.
 
Hace veinte años, lo sabemos ya, se terminó la Transición. Estalló en los trenes de Atocha el 11-M y se extravió definitivamente en la presidencia de Zapatero, el hombre que, en vez de restañar la herida (la de los atentados y la división subsiguiente) con un mandato cauterizante, la ahondó y la emponzoñó; con el concurso de la oposición, naturalmente: nada hay más contagioso que la discordia. En la herida seguimos, perfeccionada por Sánchez, que ha aprovechado el vigésimo aniversario para seguir hurgando en ella: por ver si así se olvidan durante una o dos jornadas sus pactos, su amnistía, su poca clase, su baratura.
 
La Transición era al cabo hacia esto: hacia este estado regresivo, embrutecido, hosco. Un bucle estúpido. No dejaba de ser exótica aquella idea de que la Transición no se acababa nunca, puesto que costaba ponerle fecha a su fin. El dictamen histórico de que, en cuanto se instauró plenamente la democracia con la Constitución de 1978, ya no se podía hablar de Transición, era contrarrestada por una resistencia emocional que delataba desconfianza. Se mantenía la ominosa sombra del excepcionalismo: el de un país en fin de cuentas sin demócratas, solo con facciones de poder.
 
El presidente es el primer inoculador hoy de odio en España. La bajeza viene desde arriba. Supongo que es la consecuencia final del acendrado proceso de selección adversa de nuestras élites políticas (suben estrictamente los peores) del que habló hace mucho Félix Bayón. Nos quema la sangre, pero tenemos el recurso del repliegue helenístico o alejandrino. Queda tiempo, queda vida y hay que defenderse. Primero, dentro de uno mismo: no rendirse a lo inoculado. La venganza contra el bajuno es elevarse. Dejarlo aislado en su poza. Que no nos contamine. Podrá destruir nuestro entorno, pero no el último bastión. Es lo civilizado.
 
A mis veinte años (de nuevo veinte años) tenía como poeta de cabecera a José María Álvarez, cuyo Museo de cera leía y releía. Sobre todo algunos poemas, entre los que se encontraba "Nubes doradas" (título que, curiosamente, sería el de una música de Antonio Carlos Jobim). Me acerco de nuevo. "Qué importa ya mi vida", comienza. "Cada vez que levanté mi casa, la / destruía. A cualquier país que llego / no amo otro momento / que aquel de divisarlo". Unos versos más adelante: "Respetarse a uno mismo. / Pensar. / Veo crecer los rosales que planté". Y: "Destapo la última botella del último / pedido. / Miro / cómo mi vida salva cuanto hay de noble". Para terminar (y así termino):
 
Por ti, oh Cultura, y por todos
los que vivos o muertos me hacen compañía, bebo.
 
Más allá del tiempo y de mi cuerpo,
bebo. Lleno
de nuevo el vaso. Dejo
que lentamente el alcohol vaya cortando
los hilos que me unen
a esta barbarie.
 
                                    Y con la última
copa, la del desprecio,
brindo por los que aman como yo.
 
* * * 

10.3.24

La Nueva Atenas, el farsante Sánchez y el Fary como precursor

[Montanoscopia] 

1. De nuestras reuniones malagueñas en torno al Aula de Pensamiento Político de Manuel Arias Maldonado, antes en La Térmica y ahora en La Malagueta, cada vez con un invitado de fuera, surgió la broma de Málaga como la Nueva Atenas. Broma que ha cuajado y por las que nos suelen preguntar. Esta semana cobró realidad majestuosamente en la presentación del nuevo libro de Antonio Diéguez, La ciencia en cuestión. Disenso, negación y objetividad (Herder), con Manuel Toscano y Arias Maldonado acompañando al autor. El evento, que se retransmitía, hizo exclamar al amigo Schultz desde Twitter: "¡El sanedrín malagueño!". Y vaya si lo era. 

2. Precisamente Schultz, al que llevo tratando online desde hace veinte años y que siempre ha sido ecuánime, escribió tras oír al presidente Sánchez justificar la amnistía: "Mentiroso, sinvergüenza, canalla. No recuerdo ningún personaje público que me haya generado el malestar, la irascibilidad y el odio que me genera este farsante". Es exactamente lo que yo pienso y siento, así que lo hago mío. Me excuso de más por hoy. 

3. "La mujer tiene esos derechos que yo respeto, ¡y más que tendría que tener!". No se suele reparar en estas palabras incrustadas en el célebre discurso del hombre blandengue. Con ellas el Fary prefiguraba en 1984 a la Irene Montero de cuarenta años después. 

4. Pobres críticos literarios. Tienen que leerse la novela inédita de Gabriel García Márquez. En realidad tienen que leérselo todo. No hay obligación que yo abomine más. Sí leo las críticas, que son una manera rápida de ahorrarse el libro. En las de En agosto nos vemos (Random House) busco una referencia esencial, que no encuentro. Si en ella aparecen los grandes definidores del estilo y el mundo de Gabo: ¡los gallinazos! No se entiende Macondo sin gallinazos, enredados siempre en los pies del que camina por ese "territorio mítico". Al fin y al cabo, en su día dije que García Márquez era "un Antonio Gala con gallinazos". Espero que el viejo Nobel colombiano se mantuviera en forma y, mientras dos personajes conversan tranquilamente o fornican, les salte un gallinazo. Aunque si no la quiso publicar tal vez sea porque vio a última hora que no había metido gallinazos. 

5. Gracias a que lo ha editado mi editor, Sr. Scott, he reparado en el estupendo Presente, de Tania Padilla: un libro de indagación autobiográfica por parte de una autora que desdeña la literatura "egocéntrica", pero que la practica en este caso para salvar una crisis creativa. Ir con el pie cambiado le permite no hacer una obra al uso, sino original, fresca, desprejuiciada, escrita con desparpajo: un desparpajo un poco redicho, de filóloga, que le añade encanto. La autora se declara de izquierdas y anticapitalista, sufrió bullying, practica el poliamor y no le gusta el mundo, pero nada de esto va en un empaquetado ideológico de los que ahora se llevan y que están embalsamando tantos libros, sino que se mantiene abierto, consciente de las contradicciones, atento a lo singular, es decir, a la vida, que se refleja narrativa y analíticamente. Padilla logra además exponerse hasta el fondo sin comprometer a otras personas. El título, Presente, lo emplea también en la acepción del regalo que ella nos hace. 

6. Llueve y me pongo "Pequena música noturna" de Rosa Passos. La batucada de la lluvia en el tejado compone la canción. Los minutos se escurren "del presente al pasado". Entre los recuerdos, una pasión. Que ya no pertenece a la protagonista, sino al tiempo: "esas cosas son del tiempo". Tal vez este se lo va tragando todo para guardarlo: solo para él. 

* * * 

7.3.24

Restitución de la poesía

Hay que tener siempre un libro de poesía a mano. Como lector me lo impongo. Y como ciudadano. Decía el Ramón Trecet de Radio 3: "Buscad la belleza, es la única protesta que merece la pena en este asqueroso mundo". Nos imprimimos esta frase durante años en todas las sobremesas, justo en el tiempo de la pasión por la poesía. Hay que restituir aquella pasión, para restituirnos.

Nunca me ha abandonado, por lo demás, pero renace ahora intensamente como uno de los reductos últimos. La poesía es un territorio sintáctico, de sintaxis del alma (y del alma del mundo): el sitio predilecto en el que atrincherarse de los patanes asintácticos que nos rodean. Y también del patán que, como el animal de Battiato, llevamos dentro. Hay que huir del (¡asintáctico!) taxista interior que nos malbarata.

Las primeras semanas del año las he dedicado a leer la poesía completa de Francisco Brines, Ensayo de una despedida (Tusquets). Antes leí Cuando hable el gato de Álvaro García (Pre-Textos) y después Doce lunas de Eduardo Jordá (Fundación José Manuel Lara), bajo cuyo influjo escribo. Hoy empezaré Común presencia, una antología del gran surrealista francés René Char (en la edición bilingüe de Alianza Tres, traducida por Alicia Bleiberg). No se me olvida el título de la necrológica de Octavio Paz a este poeta: "René Char no nos engaña". El apetito por Brines me lo despertó Luis Antonio de Villena con uno de los mejores libros del año pasado, su Brines. La vida secreta de los versos (Renacimiento), amenísimo además.

Villena escribió un libro sobre la vida secreta de sus propios versos, Los días de la noche (Seix Barral), en que dedicaba un texto en prosa a cada uno de los poemas de Hymnica, su poemario más gozoso. Andrés Trapiello hizo también un libro bellísimo sobre su recorrido vital con prosas y poesía, La Fuente del Encanto (Fundación José Manuel Lara). A esta tradición mixta, que cuenta con clásicos como la Vida nueva de Dante o Sendas de Oku del japonés Bashō, pertenece el mencionado libro de Eduardo Jordá que acabo de leer y que es una novedad de 2004.

De Jordá he leído libros narrativos, de viaje, de ensayo, sus artículos y por supuesto sus libros de poesía. Creo que Doce lunas es el mejor de todos y el más completo, porque reúne todo lo que es, en grado de excelencia. Recoge cincuenta y seis poemas, aquellos que el poeta rescata de todos los que ha escrito, y un texto en prosa a continuación de cada uno. En estos textos hay una narración, una reflexión, una estampa, un comentario, o la mera consignación del momento que inspiró el poema que acabamos de leer. Tanto los poemas como estos textos en prosa funcionan por separado, pero su reunión los potencia. El efecto es el de un recital de Jordá (también en su acepción valorativa, admirativa): pero un recital íntimo para cada lector en su rincón.

La poesía de Jordá, limpia, honda, sin juguete retórico, más anglosajona que francesa, cernudiana sin dureza, narrativa a veces, otras contemplativa, permanentemente en el filo del curso biográfico, con sus alegrías y sus penas, con la belleza que asalta, con percepción del entramado y el miedo, lúcida pero confiada, delicada y generosa, es un magnífico ejemplo de restitución.

En el primer poema (y en el prólogo) Jordá habla de la poesía: frágil, milagrosa, sin explicación, "no sabemos por qué, pero sucede". En el último, el que da título al libro, asocia las fases de la vida a los doce meses del año. Para diciembre escribe: "Y no hay sino memoria que regresa / con las manos vacías, y una casa / desierta, y la certeza de que nunca / volveremos a ver a quien se ha ido". Pero al poema podemos volver siempre. 

* * * 

3.3.24

'Match point' al PSOE y Sánchez como el señor Valdemar

[Montanoscopia]  
 
1. También Sánchez, lo más parecido a Franco que hemos tenido desde Franco, muere en la cama. Los españoles pudieron cargárselo (políticamente) el 23-J, pero no lo hicieron. Llevarán esa culpa, como llevan la de no haberse cargado a Franco; y eso que con este no tuvieron la ocasión de hacerlo. La democracia, al cabo, es darle al pueblo el fusible para que cortocircuite, o no, al autócrata. El autócrata, por su parte, cuando gobierna en un Estado de derecho, se encuentra maniatado por este. Por eso su gran empeño es desembarazarse de él. El combate no es entre el autócrata y la oposición, sino entre el autócrata y la ley democrática. Esta ha sido la historia de Sánchez en los últimos años, acelerada en los últimos meses. Los españoles no se lo cargaron, pero su degradación sí.  
 
2. Sánchez muere en la cama. En la cama del señor Valdemar. En su día le apliqué la comparación a Rajoy, pero veo ahora que se le puede aplicar con mayor propiedad a Sánchez. Respecto a este, se ha hablado de El retrato de Dorian Gray, de Oscar Wilde. Tiene que ver, por la putrefacción precipitada cuando llega el momento. En La verdad sobre el caso del señor Valdemar, de Edgar Allan Poe, el señor Valdemar es hipnotizado en el momento de su muerte y la corrupción del cadáver queda paralizada durante los meses en que dura la hipnosis. Entonces, en cuanto esta cesa: "bruscamente su cuerpo, en el espacio de un minuto, se encogió, se deshizo... se pudrió entre mis manos. Sobre el lecho, ante todos los presentes, no quedó más que una masa casi líquida de repugnante, de abominable putrefacción". (En aquel infame quirófano de Franco pasó prácticamente lo mismo.)  
 
3. Ha sido un poco lo de Match Point, la película de Woody Allen. Si el 18-F llega a perder el PP el poder en Galicia, la descomposición estaría afectando a este partido y a su líder Feijóo. Pero la pelotita cayó del otro lado y es el PSOE, con Sánchez, el que se hunde. Todo han sido fallos desde entonces. Y algo peor que los fallos: el retorno de lo escondido. Este afloramiento oscuro de los Koldo, Ábalos, Armengol... y la torpeza histérica con que lo afronta. Siempre me acuerdo de Nietzsche en estos casos, de una reflexión creo que del Crepúsculo de los ídolos (título que también viene a cuento): no es que un partido cometa fallos y por eso se descompone, sino que, cuando la descomposición ha afectado ya en lo profundo a un partido, es cuando se lanza a cometer fallos. Estos no son causas, sino síntomas. Así que, pese a los denodados esfuerzos del pueblo español, el del "vivan las caenas", el PSOE está liquidado. Españoles, Sánchez ha mmmuerto. (Lo que no le impedirá mantenerse durante un tiempo, el último ya, en el poder.)  
 
4. La sucesión de Sánchez no es menos tétrica, con el país poralizado, embrutecido, atomizado: la imposible España post-Sánchez va a ser el genuino legado de Sánchez.  
 
5. Y con el PP como PRI: como único partido institucionalista; con la Constitución, en su caso, en lugar de la Revolución. Un constitucionalismo sin pareja que es casi una contradicción en sus términos. ¡Un bipartidismo cojo! Este panorama asfixiante, estéril, un poco Segundo Imperio francés, sobre el que se recortará como nunca su principal culpable: la irresponsabilidad del PSOE, partido espero que para entonces lo suficientemente pasokizado.  
 
6. Como subproducto del desastre, la orfandad del 90% de la intelectualidad española (incluyendo el artisteo, la farándula). Pero se seguirán buscando la vida estos buscavidas. 
 
* * * 

1.3.24

Mi método para leer tochos (y Chateaubriand)

[La Brújula (Opiniones ultramontanas), 4:01:06
 
Buenas noches. Mencionaste en un programa, querido Latorre, mi método para escalar grandes cumbres de la literatura sin despeinarme. Mi lema es sencillo: "divide y vencerás". Eso es lo que hago con los tochazos, dividirlos en unas poquitas páginas al día y al cabo de unos meses, un año por lo general, me los he zampado tan pichi. Así me he leído En busca del tiempo perdido de Proust, los Ensayos de Montaigne, el Ulises de Joyce, Guerra y paz de Tolstói (que, por cierto, no me gustó: Tolstói me pareció un piernas) o la monumental Biblia del Oso. Este 2024 estoy con las Memorias de ultratumba de Chateaubriand. ¡Fíjate, Latorre, qué género tan bueno te traigo a La Brújula! Chateaubriand, francés, por supuesto, pese a mi pronunciación, nació en 1768 y murió en 1848. En sus ochenta años de vida lo vivió todo, empezando por la Revolución francesa, que le pilló con veintiún años. Es por donde voy ahora. Me he quedado asombrado con la lucidez con que percibe los acontecimientos. Chateaubriand simpatiza con los ideales de la Revolución, pero no con sus crímenes. Es ilustrativo este párrafo impresionante, con el que me despido: "Los miembros de la Convención presumían de ser los más benévolos de los hombres: buenos padres, buenos hijos, buenos maridos, sacaban a pasear a sus niños pequeños; les hacían de nodrizas; lloraban de ternura solo de verlos jugar; tomaban suavemente en sus brazos a estos corderillos, a fin de mostrarles el caballito de las carretas que conducían a las víctimas al suplicio. Le cantaban a la naturaleza, a la paz, a la piedad, a la beneficencia, al candor, a las virtudes domésticas; estos benditos de la filantropía hacían cortar el cuello a sus vecinos con una extrema sensibilidad, para mayor felicidad del género humano".

29.2.24

El día intermitente

Al fetichista de las fechas le encanta este animalito, el 29 de febrero, que asoma solo cada cuatro años y los demás se esconde. Es una fecha exclusiva de los almanaques bisiestos, que por ella tienen su toque de distinción. En el irritante santoral paralelo supuestamente laico, el de las causas justas o merengosas, le ha tocado ser el Día de las Enfermedades Raras. Al menos se reconoce el valor de su rareza. Aunque en cuanto a enfermedades, la más rara que existe es la de vivir: una enfermedad crónica y a la vez mortal. Sirva el día de hoy, pues, como recordatorio de lo que es cada día (y cada hora y cada minuto y cada segundo).

En realidad, el 29 de febrero no está escondido los tres años que no toca. Esos años no existe: se está formando. Es un día aún incompleto: un día creciente, un día luna. Los años segregan un resto de horas que no se amoldan al calendario; cada año, en concreto, 5 horas, 48 minutos y 56 segundos. Terminados los 365 días anuales reglamentarios, esas 5 horas y pico, que se redondean en 6, se quedan en la órbita en espera de las de los tres años siguientes. En el segundo, pues, hay ya flotando un feto de 12 horas; y el tercero uno de 18, todavía en el líquido amniótico cósmico. Es en el cuarto cuando el pollo se ha convertido ya en un día completo de 24 horas y puede salir del cascarón: se le hace entonces un hueco en el calendario. (¡En la metáfora he dado un salto de lo vivíparo a lo ovíparo, pero me excusarán la licencia!)

Me gusta esta sensación del 29 de febrero de estar pisando restos de horas que se estuvieron acumulando fuera de nuestro alcance para presentársenos hoy. Si las horas se hubiesen ido agregando en su orden, las de las seis que van de la medianoche pasada a las 6 de la madrugada pertenecerían a 2021 (¡el anterior bisiesto fue 2020, el de la pandemia!); las de las 6 de la madrugada a las 12 del mediodía, a 2022; las de las 12 del mediodía a las 6 de la tarde, a 2023; y solo las últimas seis de esta jornada, de las 6 de la tarde a la medianoche de hoy, propiamente a 2024. El único tramo exclusivo.

Yo, que nací en 1966, he vivido con el presente quince años bisiestos. Veo que son significativos (por mi vida o por la historia). El primero, 1968 (el de mayo y lo demás). Después: 1972 (la primera fecha de que soy consciente), 1976 (dejé el barrio de mi infancia y murió Fofó), 1980 (empecé el instituto), 1984 (empecé la universidad), 1988 (incendio del Chiado), 1992 (aquel año de todo), 1996 (cumplí treinta), 2000 (el milenio, pese a los puntillosos de la aritmética), 2004 (el 11-M), 2008 (la crisis), 2012 (¡secreto!), 2016 (cumplí cincuenta) y el mencionado 2020 (la pandemia). Fueron años olímpicos además.

En cuanto a cumpleaños, según miro en Wikipedia, tal vez por la inferioridad estadística han nacido apenas personajes relevantes el 29 de febrero, incluido nuestro actual presidente. El mejor, el jocoso Gioacchino Rossini (en 1792), compositor de El barbero de Sevilla y otras óperas, que triunfó y se dedicó a vivir: no hizo ni el huevo los cuarenta últimos años de su vida. Está también William A. Wellman (1896), el director de Ha nacido una estrella y El enemigo público. Una de envidiable nombre, Tempest Storm (1928), estrella del burlesque y actriz. Y poco más. Incluido, insisto, el presidente Sánchez (1972). 

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25.2.24

Éxito de 'The Objective', la 'koldosfera' y el pato derrotista

[Montanoscopia] 

1. The Objective está de moda. No solo porque entre sus colaboradores están los dos mejores articulistas del país, y ya no en El País, Félix de Azúa y Fernando Savater (el primero dijo campanudamente que este periódico debería llamarse El País del siglo XXI; al segundo le ha dedicado David Mejía otra de sus estupendas Vidas cruzadas), sino además porque nuestro director, Álvaro Nieto, ha visto cómo las investigaciones suyas y de su equipo de periodistas sobre el caso Delorme-Koldo-Ábalos han marcado finalmente la agenda nacional, por las medidas de la Justicia y el eco político y mediático. Nieto ha escrito ahora un importante artículo sobre el caso. Hay que remitirse también a su libro Conexión Caracas-Moncloa (Ediciones B). Todos los medios hablan ya del asunto (los oficialistas con menos entusiasmo, hay que comprenderlos), que ha sacudido la actualidad española. Y más que la va a sacudir. 

2. Yo no tengo nada nuevo que decir sobre el caso. Solo el recordatorio de que los "buenos y malos" no están determinados por la ideología ni su adscripción partidista, como se nos ha estado insuflando hasta las heces en estos insoportables años de pestilente ideologización polarizante. Hay buenos y malos en todos sitios. La calaña no nace de la ideología, que no es lo esencial. Quizá sí lo sea, en sentido negativo, el exceso de ideologización: ese filtro embrutecedor que percibe el mundo desde unas premisas reductoras y habitualmente falsas. 

3. Para combatir la corrupción solo caben control y transparencia. Ambas cosas, que se habían reforzado un poquito en nuestras instituciones, se relajaron en los alocados días de la pandemia y por ahí se coló la corrupción. Hasta en aquel contexto lo hizo. El ser humano (como mínimo el hispánico) es así. 

4. Ya circula el término koldosfera. Rafa Latorre habló de la sanchosfera. El entrañable Idafe trajo lo de la fachosfera de Francia para prestarle un servicio a Sánchez, pero el mecanismo se ha puesto a operar antisanchistamente. No cabe duda de que resultaba operativo. 

5. Sigo con Idafe. La semana le toqué las pelotas al tocapelotas oficial del sanchismo y su respuesta fue de lo más sintomática. Primero, el ninguneísmo de estirpe franquista: "nadie le lee", "no es usted nadie". Esto dice el que solo ha alcanzado a ser "alguien" cuando se ha puesto al servicio (¡bufonesco!) del poder. Segundo, y esto es lo mejor: "no le voy a citar en la columna". Aquí deja entrever sus pretensiones. ¡Al final era eso! ¡Utiliza la "columna" de trampolincillo! Qué entrañable. Estaba claro que esto era sota, caballo y rey, pero no deja de ser divertida la confirmación. 

6. Incendio de Valencia. El fuego insoslayable. Tampoco tengo nada nuevo que decir. Solo que les dedico un pensamiento a las víctimas y afectados. Y otro pensamiento a todos los demás, a nuestra situación cotidiana: vivimos en antorchas potenciales, no solo de fuego. El milagro es que no prendan todos los días. 

7. Las chanzas sobre el pato muerto en Madrid. Precisamente vi hace poco El pato salvaje, de Henrik Ibsen. Es la obra que viene de interpretar el actor de Tala, de Thomas Bernhard. Se me ocurrió mirar si estaba en el archivo de TVE y sí: se emitió en 1969. Es un archivo prodigioso. El título viene de esto que se dice en la obra: "Cuando el pato salvaje es herido en las alas se zambulle en el agua lo más abajo que puede, se agarra con el pico a las algas y a todas las excrecencias que encuentra en el fango y no vuelve a la superficie". ¡Pobre pato derrotista! 

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22.2.24

Al PSOE solo le queda Sánchez

Los resultados de las elecciones son en fin de cuentas hitos emocionales. Inyectan en cada partido un estado de ánimo que suele durar hasta las siguientes elecciones. Dicho estado de ánimo va siendo modulado por los altibajos de los acontecimientos; aunque estos no son decisivos: lo decisivo es la lucha por el poder, su consecución, su pérdida. Curiosamente, el ejercicio mismo del poder es secundario con respecto a su logro. Por eso casi todo el esfuerzo se va en las campañas, que duran en la práctica las legislaturas enteras. El político es un sujeto que prioritariamente se dedica a luchar por el poder y, con lo que le queda de tiempo y energía, a hacer cosas. (Salvo excepciones, es casi mejor para la ciudadanía que se dedique solo a lo primero.)
 
Los efectos anímicos del 28-M duraron hasta el 23-J, y los de estos han durado hasta el 18-F. Tras el 28-M el PP estuvo gallito y el PSOE achantado. Tras el 23-J, el PSOE gallito y el PP achantado. Tras el 18-F el PP vuelve a estar gallito y el PSOE achantado. Esto durará hasta las siguientes elecciones: las vascas, las europeas... Nuestros partidos políticos son como personajes de Almodóvar: permanentemente al borde de un ataque de nervios. O de Tennessee Williams: a punto del estallido emocional sobre el tejado de zinc caliente. Son ciclotímicos de libro, en ciclos marcados por las citas con las urnas.
 
Mientras que, gracias a su éxito el 18-F, en el PP parece haberse aplacado el impulso conspirador y los brutísticos puñales contra el César han vuelto a sus fundas, el desastre electoral gallego del PSOE ha sacado del desván el estado de ánimo derrotista que se esperaba el 23-J. Entonces hubo una inesperada tregua y han sido siete meses menos cinco días de alivio y obediencia al líder. Al líder lo siguen obedeciendo, pero se especula sobre malestares y discrepancias que no traspasan el ámbito conjetural. En cualquier caso, la existencia de estas especulaciones es el dato: tal vez no pase nada, pero esas especulaciones son lo que pasa.
 
Las noticias para el PSOE son muy malas y yo tengo la peor. Se habla de que con Sánchez abandonó su esencia, de que ha dejado de ser un partido de mayorías y ahora se limita a asociarse con populistas, comunistas, regionalistas, nacionalistas, proetarras, golpistas y delincuentes varios para mantenerse en el Gobierno; y que esto, como se ha visto en Galicia, lo llevará a la ruina. Se sueña vagamente con la posibilidad de la vuelta a un PSOE sin Sánchez, de nuevo sin Sánchez. Mi noticia peor es que eso no es posible porque ya entonces, cuando aún no estaba Sánchez ni se habían producido los destrozos de Sánchez, el PSOE no funcionaba.
 
Cuando llegó Sánchez, el PSOE se encontraba en un estado de atonía perdedora. Las primarias que se disputaron en 2017 entre Patxi López, Susana Díaz y Pedro Sánchez (de regreso este tras su salida forzada de 2016) eran en sí mismas un certificado de defunción del PSOE: ¡qué tres! Pero Sánchez le compró a Pablo Iglesias su estrategia de pactos, presentó la moción de censura y llegó a presidente. Un golpe con el que no contaba el PSOE y que le devolvió el poder al PSOE. Fue Sánchez el que lo sacó de la atonía perdedora, el que lo revitalizó. A partir de aquí, Sánchez extremó la sanchización del PSOE, desmantelando los dispositivos de crítica interna y sometiendo a los suyos a una fidelidad epiléptica. Pero no había otra. La noticia peor es que al PSOE solo le queda Sánchez. 
 
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18.2.24

Galleguidad, vulgaridad y algo de picar

[Montanoscopia] 

1. Las encuestas sobre las elecciones autonómicas de Galicia llevan hoy a la izquierda gallega y a la derecha gallega a un estado de suma galleguidad: no se sabe (¡ni ellas lo saben!) si suben o si bajan. Esta noche las urnas sentenciarán, antigallegamente. 

2. Feijóo tampoco sabe si sube o si baja, pero sí sabe que si baja puede hacerlo a sangrientos sótanos sacrificiales. Ahora que lo pienso, los partidos políticos son como los personajes de La sociedad de la nieve: si el avión se estrella, están dispuestos a comer carne humana. Sobre todo la del capitán. 

3. De la misma manera que un mono tecleando infinitamente acaba escribiendo el Quijote (¡o El manuscrito carmesí!), Sánchez y yo teníamos que terminar cruzándonos en nuestras órbitas en algún momento. De repente nos vemos codo con codo defendiendo lo mismo, como colegas de toda la vida: la canción "Zorra" (¡que solo podría mejorar si se llamase "Guarrona", mi palabra favorita de los últimos meses!) y la maravillosa vulgaridad de Inés Hernand, tras su fascinante chisporroteo chabacano de los Goya, que fue entretenidísimo, a diferencia de los Goya. Ahora Sánchez y yo estamos solos defendiéndolas a ambas, mientras el puritanismo y el buen gusto nos cercan y acribillan. Pero yo por una buena causa moriré junto a usted, presidente. ¡Y que Idafe nos traiga algo de picar mientras tanto! 

4. De "Zorra" ya he escrito, pero de Hernand aún no. Su performance en directo es lo más importante que ha pasado en la televisión española desde la borrachera de Arrabal en el programa de Dragó y, unos años antes, la entrevista de Paloma Chamorro a Genesis P-Orridge y la actuación de este con su grupo Psychic TV. Con Hernand, pues, regresó por un rato el espíritu de los ochenta, con su irreverente franqueza fisiológica de eructos y meadas, que en una mujer me quedan divinas (en un hombre tendrán también su público). Fue en ese contexto en el que Hernand piropeó a Sánchez llamándolo "icono", como a todo el mundo. Podría haberle llamado Erik Satie. Todos somos iconos, al fin y al cabo, y en este sentido Hernand fue una gran igualadora. Ignacio Jáuregui recordaba también los eructos y pedos de Gurruchaga con el desaparecido Senillosa, político que salió en otra ocasión duchándose en la tele con el culo al aire. De Senillosa, además de esto, recuerdo que por su boca oí por primera vez el nombre de Chateaubriand, cuyas Memorias de ultratumba son mi lectura cronogramada de 2024. ¡Todo encaja en este cambalache! 

5. Contra Hernand se alzaron las voces del "buen gusto", encarnadas, por ejemplo, en tertulianas de argumentario de partido y en adocenados figurones de la convencionalidad televisiva. Eso es el "buen gusto", al cabo. Por ello los petardos (¡de hombros desnudos!) de Hernand estuvieron muy bien tirados. 

6. El ministro Óscar Puente no se limita a ser un pedazo de carne orangutánica (¡no sabemos si comestible!), sino que encima piensa. Su idea de que la amnistía sirve para ahorrarle trabajo a la Justicia es brillante. Para seguir por ese camino, habría que despenalizar y/o amnistiar todos los delitos, y no solo aquellos que aúpan (y sobre los que se aúpa) el Gobierno. 

7. El problema de Carmen Calvo, nueva presidenta del Consejo de Estado, no es que, como se exige para el cargo, no sea una "jurista de reconocido prestigio". Es que "de reconocido prestigio" no es ni jurista ni ninguna otra cosa. 

8. Sánchez: "La única verdad de Feijóo es que todo en él es mentira". Los tiene cuadrados. Sánchez. (¡Idafe, dónde está lo de picar!) 

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15.2.24

Feijóo, niño dickensiano

Hay que comprender a Feijóo: mira por el escaparate de la pastelería cómo Sánchez se come todos los pasteles. Se los come porque puede comérselos; porque se lo permite y se lo permiten. Feijóo no tiene esa suerte, y la envidia. Con la carita pegada al cristal pone cara de niño pobre de Dickens. Se da pena, nos da pena.

La ola de suicidios políticos del PP sigue imparable. Se suicidó políticamente Casado (¿alguien se acuerda de Casado?) y Feijóo tuvo un primer suicidio como futuro presidente en las elecciones de julio. Como apuntó Ignacio Varela, Feijóo las tenía ganadas y él solito las perdió. A Casado lo comparé en su día (¡lo miro y hace solo dos años y dos meses!) con el Tiriti, aquel motociclista Carlos Cardús que se saboteó un campeonato que tenía ganado arrancando cables de su moto en la última carrera. Feijóo ha demostrado ser el Tiriti II. Y como sigue en competición, sigue saboteándose.

Hemos de resignarnos a que los políticos no sean nada, solo tecnócratas del poder. Esta es su esencia, su única función, su único valor (este último, tanto en la acepción de precio como la de principio). A partir de aquí, hay variaciones entre unos y otros, dependiendo (aparte del carácter singular de cada uno) de los límites que se pone y los límites que le ponen. De su, en resumidas cuentas, capacidad de maniobra; de su operatividad.

Feijóo llegó de Galicia a Madrid con el plan inmediato de ser presidente del Gobierno. De presidente (de la Xunta de Galicia) a presidente (del Gobierno de España), ese era su plan. Cuando el 23-J ganó las elecciones generales pero no le dieron los números, vio que Sánchez podía comerle el pastel, que fue lo que ocurrió. Feijóo, dickensianamente, veía en el escaparate de la pastelería los votos de Junts, de ERC, del PNV... todos esos pasteles a los que Sánchez tenía fácil acceso pero él no. Y no se resignaba. Lo intentó, pero los pasteles se mostraron refractarios. Su pecado fue intentarlo, pero un niño de Dickens no podía hacer otra cosa. ¡Era tanto el deseo!

Ahora el PSOE, que se comió todos los pasteles, le reprocha al PP que se le pasara por la cabeza probar alguno. La superioridad pastelera adopta también la escenificación de la superioridad moral. Forma igualmente parte de la lucha desigual, de ese tablero inclinado del que hablan Cayetana Álvarez de Toledo y Emilia Landaluce.

Pero es un error seguir hablando de los políticos: desde el 23-J creo que ya solo se debe hablar del electorado (o de aquellos, en todo caso, como subproductos de este). Es la censura moral de la prensa y los votantes afines a cada partido (o a su orientación ideológica) los únicos que pueden impedir que un político se coma determinados pasteles. La glotonería de todo político por el poder tira hacia los pasteles, y los cogerá y se los comerá si nadie le para severamente la mano.

A Feijóo se la han parado los suyos. A Alberto Garzón, por cierto, también: el chaparrón de críticas tras el anuncio de que iba a ingresar en el lobby transversal de Pepiño Blanco le ha hecho retractarse. Si Sánchez no tiene límites es porque su electorado no le pone límites, o porque él sabe ir ampliándolos pasito a pasito, como dice Daniel Gascón que se traspasan las líneas rojas.

Recaiga, pues, la censura moral (aunque inútilmente, claro) en el electorado del PSOE: ese sector de la población embarcado en una lucha guerracivilista sin concesiones por el poder, puro franquismo sociológico de adhesión al líder.

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